Se puede definir al racismo como un modo de dominación social que se funda en identificar diferencias entre la gente, diferencias que son integradas en una jerarquía que va de lo superior (lo moral, sabio y hermoso) hasta lo inferior (lo perverso, ignorante y horrible). En el racismo, a diferencia de otros modos de jerarquización social, las diferencias son naturalizadas, es decir son vistas y postuladas como sustanciales e insuperables. En alguna medida, toda colectividad humana tiende hacia el racismo. Los que son semejantes entre sí producen una imagen del otro, del diferente, como inferior: sus rasgos son feos, su lenguaje es ridículo y sus costumbres no son las normales. En definitiva los semejantes son superiores. Esta tendencia puede variar mucho pero es un hecho que despreciar al otro vigoriza la propia autoestima. Frente al foráneo las afinidades resaltan de modo que los miembros de una comunidad se sienten más cercanos y próximos.El extraño es quien no participa en la "cosa" o "esencia" que nos define como miembros de una colectividad. Esa esencia (que nadie sabe, exactamente, qué es, pero que todos tenemos que presumir conocer muy bien) nos debe brindar un sentimiento de orgullo, una satisfacción que nos tendría que inclinar hacia la endogamia. Por tanto, para no traicionar al grupo, debemos casarnos con gente como nosotros. No obstante, cuando el foráneo es nuestro vecino el otro deja de ser una presencia hipotética y lejana. Entonces el racismo es una realidad inmediata. Digamos que hay colectividades invadidas y colonizadas cuyas particularidades más entrañables son estigmatizadas como inferiores de modo que se justifica, se hace natural, la dominación sobre ellas. En un mismo espacio coexisten grupos entre los que reina una repulsión que acentúa la unidad interior de cada uno.Según León Poliakov el racismo moderno surge en España en el siglo XV cuando los cristianos victoriosos comienzan a creer que la filiación religiosa es algo inscrito en el cuerpo de manera que los moros y judíos conversos, los llamados "cristianos nuevos", tienen la "sangre sucia", por lo que no pueden ser aceptados en igualdad de condiciones, y son entonces relegados a ocupaciones poco prestigiosas, y son vistos siempre con sospecha. Los "cristianos viejos" en cambio son puros, y sus creencias tienden a ser correctas pues no llevan la herejía en la sangre.Desde el punto de vista conceptual lo mismo ocurre en el caso de la esclavitud. Es decir, las diferencias son sustancializadas a través del concepto de "raza". El concepto de raza apunta a una mítica esencia biológica que hace semejantes a los miembros de un grupo diferenciándolos de los miembros de otros grupos o razas. Y estas distintas esencias o sustancias no tienen el mismo valor. Están, desde luego, jerarquizadas. La negra es la inferior. A quienes la comparten les corresponde obedecer y trabajar para aquellos que tienen la sustancia superior, los blancos. En realidad, el racismo responde a un deseo de dominio y explotación que, en el caso de la esclavitud, es llevado al extremo de una cosificación del otro que equivale para el dominante a una mistificación de sí, en el sentido de un desconocimiento de los límites de la propia condición humana. Como fuere, lo característico del racismo es la conformación de dos comunidades, una opresora, otra, oprimida —sean patrones blancos y esclavos negros, o colonos criollos e indígenas siervos. Estas comunidades suelen ser cerradas y endogámicas. La mezcla está prohibida, y si eventualmente se produce, no se le reconoce de manera que el vástago mestizo es asimilado al grupo inferior. El racismo suele estar acompañado de una fobia hacia el mestizaje, fobia que toma la forma de creencia de que aun lo inferior–puro es mejor que lo mezclado. Este esquema u orden de cosas es el que asociamos con lo que solemos llamar una sociedad racista como sería el caso de Estados Unidos hasta mediados del siglo XX o la Sudáfrica del apartheid.Lo desafiante del caso peruano, como en general de toda América Latina, es la coexistencia de racismo y mestizaje. Es decir, aquí la mezcla no fue descartada sino que desde abajo fue significada como un camino de avance social, de logro de reconocimiento. Y, desde arriba, no fue totalmente impedida sino que fue valorada como la posibilidad de una ventaja económica. Digamos que la unión entre un blanco pobre y la hija de un rico cacique era ideal pues convenía a ambas partes. Pero, en todo caso, aun cuando el mestizaje pudo haber resultado de la violencia, lo importante es que el vástago no era satanizado ni desconocido. Por el contrario, se afirma la idea de que el mestizo es mejor que su progenitora indígena aunque no tan valioso como su padre, criollo o español. De hecho el mestizaje se impuso sobre los designios de la Corona. En efecto, resulta que el deseo o programa colonial era la separación de las "dos repúblicas". Es decir, en principio indios y españoles solo deberían vincularse en función de la evangelización de las almas y de la explotación de los cuerpos en beneficio de la metrópoli. La Corona no veía con buenos ojos a los criollos y, menos aun, a los mestizos. Eran percibidos como competidores potenciales por el excedente económico producido por la servidumbre indígena. Cuanto mayor fuese su número tanto menores serían las remesas enviadas a España. De ahí la reticencia de la Corona para autorizar la emigración hacia las Indias.Pero la tendencia al mestizaje fue incontenible. Entonces al margen de la república de los españoles y la república de los indios surge un mundo social, el de las castas y de la plebe, donde los individuos son cada vez más difíciles de clasificar en la medida que se van alejando de los modelos de pureza. En este mundo, lejano tanto de la aristocracia como de los indígenas, no hay un sentimiento de comunidad. Se trata de una realidad heterogénea, compuesta de excepciones que se definen a partir de una triple negación pues sus componentes no son españoles, no son indígenas, ni tampoco son esclavos. Estamos ante un mundo atomizado donde una persona vale más o menos de acuerdo a su posición económica y contactos sociales, pero también en función de sus rasgos físicos. De esta manera, en el universo fragmentado de la plebe mestiza se reproduce la jerarquía y la discriminación. No obstante, se trata de una "discriminación individualizada". Es decir, cada uno es evaluado por separado y no como miembro de una comunidad.En las sociedades que rechazan el mestizaje, como las anglosajonas, todo individuo pertenece a una comunidad. Y esta pertenencia determina su posición frente al otro, al diferente. Cuando el racismo desconoce o excluye el mestizaje, entonces se crean comunidades definidas por ciertos temples o sensibilidades. Los blancos se ven con satisfacción como grandes, poderosos y superiores en relación con los negros (o con los indios), que son representados como ociosos, brutos e impulsivos; en definitiva necesitados de una disciplina que no se pueden procurar ellos mismos. Pero aun en la posición subordinada hay algunas recompensas emocionales. Se trata de la satisfacción que puede nacer a través de la identificación con el amo, y la realización vicaria de los deseos que esta identificación permite. O, en todo caso, el subalterno, al sentirse como una víctima noble de un sistema injusto, anticipa con deleite esa satisfacción definitiva que compensará en el más allá los muchos sufrimientos que aquí padece sin quejarse.Cuando el racismo coexiste con el mestizaje, la situación es más compleja. En el mundo atomizado de la plebe nadie es enteramente blanco, ni nadie es, tampoco, enteramente indio o negro. Todos tienen un poco de todo aunque en diferente proporción. Entonces, la posición de superioridad o inferioridad tiene que establecerse a cada momento, en cada nuevo encuentro, mediante un proceso de mutuas evaluaciones que tiende a ser arbitrario y conflictivo pues muchas veces no resulta evidente quién debe rendir pleitesía a quién. Ocurre que en un contexto un individuo puede ser definido como superior, porque es más blanco y está mejor vestido que su semejante; no obstante, en otro contexto, ese mismo individuo puede ser identificado (por el otro y por sí mismo) como inferior, dado que ahora confronta a un semejante de una apariencia superior, o más acorde al modelo hegemónico. Por tanto, en su primer encuentro sentirá los goces asociados a la posición superior: poder y menosprecio; pero en su segundo encuentro podrá sentir la vergüenza e incomodidad de representar el papel del subalterno. Si la identificación que más lo compromete es con los de arriba y su forma de sentir, entonces procurará alejarse de la gente "superior", aquella que cuestiona su identificación, que le hace sentir que su semblante o apariencia no está a la altura de su deseo. No obstante, como dentro de ese mundo mestizo con su gradiente sutil y escalonada de prestigios, el mismo individuo tendrá que interactuar con toda clase de personas, entonces le será imposible evitar del todo esa vergüenza y esa incomodidad. O, en todo caso, tendrá también que asumir los goces de la posición subalterna, convirtiéndose entonces en una suerte de híbrido. Encarnará una figura muy frecuente en nuestro paisaje social: el mestizo que desprecia y es despreciado, el cholo que cholea, el individuo que se crece ante los "pequeños" y se disminuye ante los "grandes". Ahora podrá entenderse el término "discriminación individualizada". Con este término nos referimos al hecho de que la persona es juzgada no como miembro de una comunidad sino en función de sus propias características.
http://zonadenoticias.blogspot.com/2007/06/racismo-y-mestizaje-y-otros-ensayos.html
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