lunes, 31 de mayo de 2010

América Latina, Una y diversa por Nelson Manrique


La diversidad cultural originaria

Históricamente no existe una civilización o cultura latinoamericana. En el territorio de la actual América Latina, antes de la conquista hispana, existían sociedades culturalmente heterogéneas que, en amplios espacios regionales compartieron, a lo largo de su historia y con una duración variable, la influencia de horizontes civilizatorios comunes. Aunque las evidencias apuntan a intercambios culturales entre Mesoamérica y los Andes no existen evidencias de una relación regular entre estos dos amplios espacios civilizatorios, de tal manera que, al hablar de América Latina, sólo podríamos hablar de una “cultura indígena” prehispánica, considerada como un todo articulado, por oposición a la cultura de los conquistadores europeos, lo cual sólo puede hacerse olvidándose de la fundamental diversidad cultural de la región.

Internamente los procesos históricos de estos espacios socioculturales son también muy diversos. Si nos centramos en las sociedades andinas, éstas eran, antes de la conquista española, centenares, sino miles, de culturas diversas, que periódicamente fueron sometidas al impacto de influencias culturales de dimensión panandina, ya fuera a través de la conquista militar, religiosa, de los intercambios económicos o, más probablemente, por una combinación de todos estos elementos.

La historia andina prehispánica puede ser vista como la sucesión de lo que los arqueólogos denominan horizontes culturales; influencias que, partiendo de uno o dos centros principales de irradiación, ejercían una influencia homogeneizadora en torno a determinados logros culturales cuyos rastros pueden encontrarse en todo el ámbito regional andino. Sin embargo, estos procesos de homogeneización no lograron borrar la diversidad cultural de los pueblos conquistados y una y otra vez fueron seguidos casi inmediatamente por procesos de fuerte diferenciación entre las culturas sometidas a esas influencias, durante lo que los arqueólogos denominan períodos de regionalización. La región andina tiene una de las geografías más accidentadas del mundo y los logros culturales a través de los cuales los pobladores de la región pudieron conquistar la naturaleza tuvieron que adecuarse constantemente a una esencial diversidad del medio natural. De allí que las adaptaciones particulares fueran la norma y no la excepción. Aparentemente los logros culturales irradiados por los grandes horizontes civilizatorios (Chavín, hacia 2,500 aC.; Wari - Tiwanaku, hacia el 800 dC. e Inca, hacia el siglo XV) sólo pudieron ser realizarse plenamente en la medida en que pudieron ser adaptados a realidades locales diferenciadas, fuertemente influidas por una decisiva diversidad geográfica.

Lo señalado supone que, por debajo de la imposición cultural de los grandes imperios prehispánicos, utilizando sus logros culturales y haciendo múltiples transacciones con sus dioses, valores, creencias y costumbres, las sociedades locales lograron mantener identidades culturales diferenciadas, asentadas sobre la persistencia de los antiguos ayllus, las agrupaciones gentilicias articuladas sobre relaciones de parentesco extendido, que sobrevivieron a los eventuales cambios políticos, sociales y económicos desencadenados por la expansión de los reinos conquistadores precolombinos.

Donde mejor puede rastrearse la persistencia contemporánea de estas antiguas identidades es en las religiones indígenas contemporáneas. Hoy, por debajo del cristianismo impuesto por los conquistadores hispanos, en las comunidades andinas, se sigue adorando a las viejas deidades tutelares de carácter local, asociadas a los cerros y montañas: apus, mallkus, wamanis, y otros en cuya propia denominación es evidente la influencia hispana; cabildos, como sucede en el Valle del Colca, al sur del Perú. Éstas son religiones muy antiguas, sobre cuya continuidad durante la época colonial existen múltiples evidencias. Mientras tanto, la religión oficial impuesta por los incas, el culto solar, desapareció completamente con la derrota del Tahuantinsuyo, sin que se encuentren sus huellas en la religión que actualmente se practica en toda la región.

La diversidad cultural, lingüística, religiosa, etc., de los pueblos prehispánicos fue muy bien aprovechada por los conquistadores españoles para enfrentar entre sí a los diversos reinos durante la conquista. Hoy se sabe que la táctica utilizada por Cortés con tanto éxito en la conquista de México fue también empleada por Francisco Pizarro en los Andes. Reinos como los huancas, cañaris, chimúes, chachapoyas y otros combatieron junto con los españoles para derrotar a los incas cusqueños, a quienes veían como opresores. Este alineamiento expresaba no sólo una opción táctica, que seguramente creía poder utilizar a los invasores llegados desde lejos para deshacerse de poderes que eran sentidos como opresores, sino diferencias culturales radicales, que se resistían a la homogeneización imperial.

A pesar de esa diversidad radical de origen, la dominación colonial creó bases para una cierta homogeneidad cultural en el mundo indígena. Los diversos reinos indígenas de origen prehispánico fueron profundamente redefinidos por la organización colonial -por ejemplo a través de la organización de las reducciones, que dieron lugar a los pueblos de indios o común de indios, de donde surgieron muchas de las actuales comunidades campesinas-. Allí donde existía una gran diversidad cultural, la catástrofe demográfica, la desestructuración social, política, cultural y económica, la común explotación y el empobrecimiento general de la población bajo dominio colonial homogeneizó la condición de los indígenas en la misma pobreza, bajo la común denominación de indios. Las lenguas generales fueron impuestas en desmedro de las lenguas locales, como una manera de facilitar la evangelización y el control político de la población y, con la liquidación de la antigua aristocracia de los kurakas o caciques andinos, luego de la derrota del gran levantamiento anticolonial de José Gabriel Condorcanqui Túpac Amaru II (1780) se sentaron las bases para la constitución de una identidad capaz de agrupar a colectivos que antes de la conquista estaban profundamente escindidos. Básicamente ésta es la identidad reivindicada por los movimientos indianistas contemporáneos.


España, ¿una o diversa?

La gran diversidad de los componentes culturales de la identidad indígena latinoamericana es algo aceptado por los investigadores al menos desde la década del sesenta. Pero no existe conciencia de la radical diversidad cultural de la España que conquistó América. Nuestra herencia hispana aparece, así, como monolítica. Los conquistadores son vistos como la avanzada de la cultura occidental; europeos portadores de una visión del mundo que en los siglos siguientes se convertiría en la dominante. Esta visión sólo es en parte verdadera. Basta remontarse a los orígenes de las múltiples tradiciones históricas que modelaron la España de la conquista y su visión del mundo para que estalle esa imagen unívoca y monolítica de los españoles. España es un país profundamente mestizo y la influencia judía y musulmana en su historia es demasiado grande para ignorarla.

La imagen cultivada por la historiografía tradicional habla de los musulmanes que atravesaron el estrecho de Gibraltar el año 711 como invasores que arrebataron su patria a los españoles. Éstos, según esta versión, lucharon denodadamente durante ocho siglos para expulsarlos y reconquistar España. Pero las nuevas investigaciones presentan una imagen muy distinta. Ante todo, los musulmanes ingresaron a la Península Ibérica como aliados de una de las facciones visigóticas enfrentadas por el poder luego de la muerte del rey Vitiza, y la expansión del Islam en la Península Ibérica fue resultado, básicamente, de la conversión de millones de ex cristianos a la fe islámica. Como lo ha demostrado Thomas Glick, para el siglo XI en los territorios de la Península Ibérica bajo la soberanía de la media luna apenas una quinta parte de los musulmanes eran extranjeros o descendientes de ellos, mientras que las cuatro quintas partes restantes eran ex cristianos conversos o sus descendientes: hispano musulmanes. El prestigio económico, social y, sobre todo, cultural del Islam provocó esta conversión masiva. Y ésta fue acompañada por una completa arabización cultural. Estos conversos eran conocidos como muwallads o muladíes. Tampoco los cristianos que en al-Andalus (la España musulmana) se mantuvieron fieles a su fe pudieron sustraerse al poderoso influjo de la cultura musulmana. Los mozárabes (de must’aarib, “arabizado”) eran religiosamente cristianos pero culturalmente árabes, tanto en su vestimenta, la forma de construir sus viviendas, las relaciones sociales, su alimentación, sus costumbres y su lengua, la “algarabía” de al-arabbiya, la lengua árabe).

Luego de una extraordinaria y enriquecedora coexistencia entre las tres grandes culturas de la Edad Media -cristianos, judíos y musulmanes- hacia el siglo XIII los enfrentamientos entre los reinos cristianos del norte de la península y los islámicos del sur fue tomando un cariz cada vez más enconado, que devino en una guerra de religión. A ella la han llamado los historiadores oficiales españoles “la Reconquista”. Pero, siendo la población musulmana de al-Andalus en su gran mayoría de indígenas hispanos no puede sostenerse que ésta fuera una gesta de “reconquista” contra invasores "extranjeros"; se trató de una expansión militar, conquistadora, de los reinos cristianos hispanos del norte a costa de los hispano musulmanes del sur. Hasta un período bastante tardío, las fronteras religiosas no definieron el alineamiento de los contendientes; los cronistas de la época consideraban tan españoles a los cristianos vencedores como a los moros vencidos, así como a los judíos de Sefarad (la España judía) encarnizadamente perseguidos a partir de finales del siglo XIV. Esta visión de la historia dista, por cierto, de la construcción ideológica, desarrollada por los defensores del proyecto colonial hispánico, de una imaginaria identidad hispánica excluyente, de estirpe visigótica.

Los europeos han sido, en general, reticentes a reconocer el enorme aporte musulmán a su renacimiento cultural. Córdoba, la capital del imperio omeya que gobernó al-Andalus en su período de mayor esplendor, habitada por 120 mil pobladores en el siglo XI, era la ciudad más grande y opulenta de Europa y su capital cultural. Esta ciudad jugó un papel de primer orden para el renacimiento cultural de Occidente. Gracias al trabajo de su escuela de tra­duc­tores (en la que laboraban conjun­tamente sabios árabes, cris­tianos y judíos) Europa recuperaría a los grandes pensadores de la antigüedad clásica. A partir del siglo X los andalusíes cordobeses pusieron a disposición de los estudiosos casi toda la obra de Aristóteles, parte de Platón -aunque estudiado a través del filtro de los neoplatónicos de la Baja Antigüedad, de Proclo a Plotino-, obras de los estoicos, neopitagóricos, etc. En el terreno científico, tradujeron las obras de Hipócrates, Galeno y sus seguidores en medicina; en botánica las de Disocórides; Euclides, Arquímedes, Ptolomeo, etc., en matemáticas, astronomía, mecánica y geografía. Asimismo estudios de astrólogos, oniromantes, fisiognomistas, agronómicos, economistas, etc. Culturalmente, el mundo islámico medieval estaba muy por delante de la Europa sumida en la noche del oscurantismo feudal.

El aporte de los intelectuales andalusíes a la formación de la cultura occidental moderna ha sido decisiva. Es fundamental el papel de ibn Rusd, conocido en Occidente como Averroes, y del judío sefardí Mosé ben Maymón, Maimónides.

Ibn Rusd nació en Córdoba el año 520 de la Hégira, o sea el año cristiano de 1126, un siglo después del hundimiento del califato omeya, en un período de grandes convulsiones sociales donde paradójicamente se produjo un notable renacimiento cultural. En la Edad Media, la teología dominaba el campo del pensamiento.

Hombre de vigoroso intelecto, ibn Rusd transformó las bases de la escolástica, abriendo el camino a la separación entre la teología y la filosofía. “La llegada de sus escritos a París cambiaron el rumbo de toda la Escolástica, se trate de Santo Tomás de Aquino o de los averroístas latinos. El averroísmo político es uno de los hechos capitales para la estructuración del espíritu laico que culminará con el Renacimiento" [2]. Incluso Dante coloca en la Divina Comedia a Averroes, "que hizo el gran comentario", en el primer círculo del Infierno, o sea el Limbo, a donde van aquellos que, aunque han vivido racional y virtuosamente, se ven excluidos del cielo por no haber sido redimidos por el bautizo. Allí comparte la morada con los grandes espíritus: el "maestro de los que son sabios" (Aristóteles), Sócrates, Platón, Demócrito, Diógenes, Anaxágoras, Thales, Empédocles, Heráclito, Zenón, Euclides, Tolomeo, Hipócrates y Galeno, entre otros [3].

El desarrollo de la falsafa (filosofía) musulmana tuvo en ibn Rusd su más alta cumbre. Fue el primero que se atrevió a romper con la síntesis neoplatónica en la que ibn Sina (Avicena) sumergió, por razones religiosas, las ideas más fecundas de Aristóteles. Su audaz reivindicación de una lectura científica e independiente de Aristóteles, o sea, de la estricta filosofía, abrió el camino por el cual transitaría el pensamiento moderno durante los siglos siguientes. La postura crítica del gran cordobés hizo que fuera combatido; sus obras fueron quemadas en París. Pero finalmente su influencia contribuyó de una manera decisiva a modelar el pensamiento occidental. No tuvo igual suerte en el mundo islámico.Mosé ben Maymón, Maimónides, nació en Córdoba el 30 de marzo de 1135. Como ibn Rusd, fue descendiente de una familia de jueces (dayyanim, en hebreo) y a lo largo de su vida tuvo que vivir largos exilios. Su obra que más resonancia ha tenido ha sido la Guía de Perplejos, que en su traducción latina tuvo influencia en los escolásticos cristianos y, entre otros, en san Alberto Magno y santo Tomás de Aquino. La versión hebrea ha influido en muchos intelectuales entre los cuales destaca Spinoza. La influencia de la obra maimonidiana ha sido muy vasta, en Occidente y en Oriente.A pesar de la sañuda persecución contra los judíos y musulmanes, a partir del siglo XIII, que de un inicial carácter religioso devino luego en cultural y, a partir de mediados del siglo XV en abierta persecución religiosa, con la instauración de los estatutos de limpieza de sangre, la herencia cultural semita no pudo ser erradicada de las mentalidades de los conquistadores. La Inquisición fracasó en su designio de eliminar las evanescentes presencias de las culturas negadas. Pero el racismo hispánico antisemita, fraguado en el mismo período en que se conquistaba y colonizaba América, prestó las categorías mentales a través de las cuales se pensó al indio americano. Las raíces del racismo colonial antiidígena son pues antiguas.

Creer entonces que España nos trajo, como imposición o legado, simplemente la racionalidad occidental empobrece la realidad. España era, al momento de la conquista -como Jacques Lafaye ha anotado-, una representación en pequeña escala de lo que era el mundo conocido de la época. En el microcosmos hispano se expresaban las fuerzas y las influencias de los tres continentes que modelaban el mundo entonces conocido (Europa, Africa y Asia) y, a partir de la conquista de América, recibió también las influencias del nuevo continente descubierto. Todas esas influencias, vertidas en el proceso de la colonización de nuestros pueblos, se han integrado profundamente a nuestro patrimonio cultural. Considérese simplemente que el castellano moderno ha incorporado más de 4 mil vocablos árabes, que abarcan todos los campos de la actividad humana, contra seiscientos heredados de la lengua germánica visigótica, mayormente topónimos y gentilicios. En la génesis de la cultura latinoamericana la influencia de la cultura andalusí tuvo como un vehículo fundamental la presencia de los moriscos; musulmanes convertidos (a veces sólo formalmente) al cristianismo. Tómese como ejemplo el estilo arquitectónico mudejar desplegado por los extraordinarios alarifes y albañiles (incidentalmente, se trata de términos árabes) moriscos esclavos, plasmado en las notables construcciones coloniales. “Mudejar” designa precisamente a los musulmanes que vivían en los reinos bajo hegemonía cristiana.


Todas las sangres, todas las culturas

A la extraordinaria diversidad cultural heredada de las culturas americanas originarias y a la de la España de las tres grandes religiones se sumaron los aportes culturales de los africanos traídos como esclavos, primero, y, durante los siglos siguientes, los de múltiples inmigrantes: europeos diversos, musulmanes, judíos, chinos, japoneses, etc. América Latina es, pues, en el más fuerte sentido del término, no sólo el continente de todas las sangres sino también de todas las culturas. Aunque la cultura occidental es la dominante, existen decenas de millones de pobladores que hablan diversas lenguas originarias y reivindican el derecho a defender su identidad cultural. Durante las últimas décadas el continente vive un proceso de reetnización, en torno a la reivindicación de la identidad india que viene cambiando profundamente el mapa político de varios países de la región.Esto no significa que se haya logrado una armónica integración de estos aportes culturales. La matriz colonial ha pervertido las relaciones entre los latinoamericanos. Allí donde los vencedores se sentían la cúspide de la evolución, frente a los colonizados vistos como biológicamente inferiores, era imposible pensar en culturas enriqueciéndose mutuamente en el intercambio. La cruzada colonial era enfrentamiento entre “la cultura” (civilización) y la no-cultura (barbarie). El proyecto colonial es eminentemente civilizador. Cuando no se reconoce al otro como un semejante no es posible establecer intercambios culturales en condiciones de igualdad; a lo más, el saqueo y la imposición.

Esto no cambió con la independencia pues las estructuras coloniales de dominación no fueron desmanteladas. Los criollos que encabezaron la guerra contra España estaban decididos a usufructuar el orden colonial que había entrado en crisis con la derrota de los ejércitos del rey ante las tropas napoleónicas, no a desmantelarlo. Se hizo una revolución política, no una revolución social.

La historia de las relaciones con los poderes imperiales anglosajones se ha movido dentro de los mismos carriles. El imperialismo ve a América Latina como su patio trasero y, crecientemente, como una amenaza al american way of life, a medida que crece en Estados Unidos la población inmigrante definida como “latina” y ésta se resiste a la asimilación cultural.El problema de la identidad latinoamericana, más que de la defensa de un patrimonio cultural común, se plantea desde la dificultad de integrarnos en un mismo proyecto, tanto entre las distintas naciones en que se fragmentó el antiguo proyecto c0lonial hispano, cuanto al interior de nuestros propios países. Más que cultural, éste es un problema social, político y económico. Durante los dos últimos siglos se ha planteado como la cuestión de la independencia frente a los poderes foráneos, la afirmación de una identidad nacional y la asimilación de las “minorías étnicas” (definidas así a pesar de que en varios países constituían la mayoría de la población) a la “cultura nacional”, en singular; aquella que querían imponer las elites criollas dominantes, permeada, sucesivamente, de hispanismo, afrancesamiento y anglofilia. El mestizaje, entendido como la desindigenización, era la vía a través de la cual se construiría la unidad soñada.Este proyecto ha fracasado. Sin embargo, los cambios culturales asociados a la transición de la sociedad industrial de masas a la sociedad de la información, la denominada posmodernidad, supone el debilitamiento de las “identidades duras”, la nacional y la clasista, por ejemplo. Hoy es posible pensar de otra manera la nación; proyectos pluriétnicos y multiculturales. Pero es necesario ir más allá.

América Latina es un continente multicultural, por la gran diversidad de sus raíces y las múltiples influencias que ha recibido a lo largo de su historia. Pero el proyecto que debiera perseguirse es el de la interculturalidad. No ser simplemente -como somos- diferentes sino ser capaces de movernos a través de las fronteras culturales que hasta aquí se han constituido en barreras que nos separan. La globalización en curso, y las hibridaciones y mestizajes que ella produce continuamente, no debiera ser un problema para un continente que ha sido capaz de asimilar creativamente tantas influencias en su historia. Pero esto sólo será posible si existen relaciones horizontales, democráticas. El “diálogo de civilizaciones” debiera comenzar en casa, para eliminar el colonialismo interno. Sólo en democracia la diversidad cultural enriquece. A través de la imposición colonial, seguiremos condenados a la extrañación y el aislamiento.


[1] Este texto fue presentado en el encuentro Diálogo de Civilizaciones, celebrado en Caracas en octubre de 2002. Recoge reflexiones que he desarrollado más ampliamente en textos anteriores, principalmente Vinieron los sarracenos. El universo mental de la conquista de América. Lima: DESCO, 1993; Historia de la República. Lima: COFIDE, 1995; La sociedad virtual y otros ensayos. Lima: Fondo Editorial Pontificia Universidad Católica del Perú, 1997; y La piel y la pluma. Escritos sobre literatura, etnicidad y racismo. Lima: SUR - CIDIAG, 2000.

[2] AVERROES (Abu-l-Walid Muhammad b. Ahmad b. Muhammad ibn Rusd): Exposición de la 'República' de Platón, Editorial Tecnos S.A., Madrid 1986, p. XXX.

[3] DANTE: La Divina Comedia, "Infierno", canto IV, Editorial Cumbre, S.A., México 1978, pp. 22-23.


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