En los últimos días he estado comentando sobre temas relacionados al racismo y la discriminación en nuestro país. Se me quedaron algunas cosas por decir, que propongo a manera de hipótesis muy iniciales, para seguirlas pensando y trabajando. Con esto termino por ahora con este asunto, para no hacer monotemático a este blog...
Venimos de una tradición histórica racista, qué duda cabe. Sin embargo, las cosas nunca fueron tan esquemáticas como alguna gente piensa: algo que es totalmente equivocado es caer en cierto sentido común, en el que caen muchos extranjeros bien intencionados, que es pensar que en el Perú hay 500 años de opresión de una población indígena mayoritaria por una minoría blanca. En realidad, ni la población indígena ni la población blanca fueron homogéneas en el Perú; y siempre hubo alianzas variables entre sectores sectores indígenas y sectores blancos y criollos. Más adelante, tendremos que tanto a lo largo de la colonia, como durante la república, hubo una legislación que protegió a la población indígena, así como procesos que favorecieron una integración y un mestizaje, más que en otras latitudes. Así, hasta mediados del siglo XIX existía una élite indígena relativamente fuerte, próspera, con poder, integrada a circuitos económicos dinámicos. Recién es hacia finales del siglo XIX que se da esa imagen de un mundo indígena rural débil, inerme, explotado, olvidado, por las élites criollas-oligárquicas.
Pero luego, tenemos que en el siglo XX, desde la década de los años cuarenta, ocurrió una rebelión popular, expresada en la migración, que cuestionó la exclusión del indígena y del mestizaje criollo, que democratiza el país a través de lo que Quijano llamó "cholificación", una nueva forma de mestizaje, más inclusivo. Ciertamente se trató de una estrategia defensiva, no fue por el lado de la reivindicación de la identidad indígena, pero se trató de un mestizaje más inclusivo que el propuesto por las élites. Sobre estos temas recomiendo que vean "Las sociedades interculturales: un desafío para el siglo XXI", de Fernando García, coordinador, FLACSO Quito, 2000, especialmente el trabajo de Sinesio López, referido al caso peruano. Este proceso de democratización "chola" tuvo su punto político más alto en las reformas del Gral. Velasco.
Yo soy de los que piensa que durante las últimas décadas el cambio cultural y las actitudes en cuanto al tema racial han sufrido una revolución, básicamente porque "los de abajo" ya no aceptan más la autoridad de "los de arriba". Algo nuevo que quisiera añadir es una idea que de alguna manera me viene sugerida por Cecilia Méndez.
Esta democratización chola, siguió avanzando, con dificultades, en medio de las múltiples crisis y la violencia que nos tocó vivir en la década de los años 80. En los últimos años, sin embargo, perdió algo de su filo democratizador, y tenemos así una democratización que siguió pero de manera caótica, medio achorada, de un futuro incierto.
Pero desde entonces, algunos sectores de las élites han iniciado una suerte de "reacción": que prospera en un contexto de derrota de Sendero Luminoso (ojo que tanto Sendero como algunos miembros del ejército masacran a población rural de origen indígena); más adelante, de desaparición de la izquierda, de consolidación del sentido común del fujimorismo, de hegemonía de la sociedad "neoliberal", de predominio del mercado, de crecimiento económico y relativa prosperidad para algunos sectores.
Así, han ido surgiendo nuevas formas de discriminación, que no son abiertamente racistas, pero que nos remiten a esa tradición. Las nuevas tienen que ver más con factores sociales y económicos, dentro de las cuales entran también elementos como la moda, la cultura, el "buen gusto", etc. Expresan el sentir de élites que no se reconocen en el país, en un ambiente de prosperidad en el que se sienten "seguros". Aunque se asustaron un poco con Humala.
Por esto, lo del "operativo empleada audaz", el cierre temporal de "Café del Mar", las denuncias por discriminación en "La Sede", el debate sobre el afiche del festival de cine de la PUC, etc., a pesar de que nos remiten a espacios de élite, me parecen que plantean temas importantes. De otro lado, el país mayoritario sigue tratando de hacerse camino, por sus propios medios, claro está, muy al margen de todo esto.
Termino recomendando la lectura de un texto reciente de Paulo Drinot, sobre los debates en torno al Monumento "El ojo que llora", aparecido en el último Hueso Húmero. A su manera ilustra varios de los desencuentros del país, tanto de unas élites para las cuales el problema del conflicto armado debería simplemente olvidarse, como de sectores "progresistas" que no han logrado que su discurso tenga repercusión más allá de reducidos círculos universitarios.
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