lunes, 31 de mayo de 2010

El Racismo en el Perú...Otra vez por Augusto Lostaunau


Los últimos acontecimientos violentos ocurridos en la ciudad de Ilave, capital de El Collao –Puno- han reavivado nuevamente las interpretaciones racistas sobre los hechos sociales-populares en nuestro país. Para muchos analistas, el asesinato del alcalde de Ilave es producto de una horda de indios borrachos, para otros tiene una relación con intereses de contrabandistas y narcotraficantes –lo mismo dicen de la huelga de campesinos cocaleros en Tingo María-, mientras que para otros es una lucha de los campesinos que fue infiltrada por agentes políticos extremistas y antisistema neoliberal. En cualquier caso, los campesinos son reducidos a simples seguidores o individuos manipulados por sustancias o agentes extraños a su realidad. Nuevamente el campesino indígena peruano es visto como un menor de edad político que no puede ni debe actuar libremente y por lo tanto debe ser protegido o reprimido.

EL RACISMO COLONIAL
Alberto Flores Galindo escribió “En el Perú nadie se definiría como racista. Sin embargo, las categorías raciales no sólo tiñen sino que a veces condicionan nuestra percepción social”(1988:259). Es decir, el racismo colonial es una realidad cotidiana que marcha mas allá de los discursos racistas y se internaliza en nuestra forma de ver y comprender una sociedad y los grupos que la integran, vale decir que las clases sociales no solamente son percibidas por su rol que cumplen en la producción sino que a ello, se agregan en forma conciente y/o inconciente la idea de raza en su mas simple significado: color de la piel y cultura tradicional. Estas condiciones generan intolerancia hacia la religión, pensamiento político, utilización del idioma y la vestimenta (Ramírez 2001 ; Lostaunau Moscol 1993). En el caso peruano se presenta como un enfrentamiento entre lo supuestamente “moderno” y lo tradicional; entre la xenofilia y la endofobia y por último, entre la dictadura neoliberal y la democracia popular. La invasión y dominación española generó en el Perú el racismo colonial. Dividir la sociedad entre una República de Españoles y una República de Indios, significó partir a la sociedad por el origen de los hombres. Esta visión también se ejerció sobre los negros quienes llegaron como grupo social adscrito a los españoles y por lo tanto, en la sociedad colonial pasaron a formar parte del sector dominante pero, como un apéndice, es decir, sin poder, aunque contrarios a las masas indígenas. Son muchos los jóvenes investigadores que han empezado a indagar sobre la situación del negro en la colonia, destacando Jacqueline Guevara Blanco (2002) y Betzabeth Ortega Luján (2003). En ambos casos, la situación social del esclavo es analizada dentro de la sociedad total y en un proceso histórico en movimiento.

LOS DISCURSOS RACISTAS EN EL PERU
El siglo XX no sólo significó en el Perú nuestra incorporación al capitalismo imperialista en calidad de país dominado y de una economía neocolonia, sino también, dio inicio a una serie de discursos racistas por parte de muchos de intelectuales de origen aristocrático. José de la Riva Agüero y Osma, Víctor Andrés Belaunde, Alejandro Deustua, Francisco García Calderón y Honorio Delgado, entre otros. Para Riva Agüero en el indio vivía secretamente una posición hostil y vengativa; para Deustua los indios eran pobres infelices y analfabetos, mientras que Delgado se convirtió en un defensor del nazismo (Yarasca 2003).

¿FUE MARIATEGUI RACISTA?
El postmodernismo en el Perú y sus principales difusores han planteado que en la obra de José Carlos Mariátegui existe un claro síntoma de racismo. El posmodernismo tomó de la filosofía posestructuralista su carácter fragmentario, heterogéneo y plural de la realidad, negando la objetividad del conocimiento (Rivera 2003). De esta forma una práctica cotidiana y común de los posmodernistas es fragmentar y descontextualizar. Y eso es lo que han realizado con Mariátegui.
En sus 7 Ensayos, Mariátegui dedicó varias páginas para analizar el proceso de la literatura. Reconoce que la literatura es una creación cultural que responde a los intereses de la clase que la produce y la sostiene, por ello frente a la literatura colonialista e hispanizante se produce la emergencia de la literatura indigenista. La primera venera lo hispánico y el pasado español mientras la segunda, consagra y venera lo andino. No hay espacio para una literatura de otro sector social, por ello, son escritores de la vieja aristocracia quienes toman la figura del negro y lo ubican como un adscrito del blanco, no como un personaje con vida propia –más tarde José Diez-Canseco trató de hacer vivir al negro en Estampas Mulatas en 1938-. Cuando Mariátegui indica que “La sociedad colonial, que hizo del negro un doméstico –muy pocas veces un artesano, un obrero- absorbió y asimiló a la raza negra, hasta intoxicarse con su sangre tropical”(1977:334) Aquí simplemente se está describiendo objetivamente un fenómeno social que vivió durante la colonia y que en la actualidad podemos observar sus resultados. Por ejemplo, cuando hablamos de música criolla ubicamos en un mismo estilo musical al vals criollo de origen urbano y al folklore afroperuano de origen rural. Para acabar con esa total marginalidad que vive el negro por parte de una sociedad racista, Mariátegui propone el socialismo. Es quizás esta propuesta lo que espanta a los posmodernos –que en su mayoría viven de ONGs y becas financiadas por organismos ligados al pensamiento neoliberal mundial- y por ello de forma irracional lo acusan de racista.

¿SON LOS NOMBRES UNA DEMOSTRACIÓN DE RACISMO?
Para algunos periodistas, los nombres que colocan los padres a sus hijos puede ser un acto de “modernidad y posmodernidad”, rechazando que son una demostración de huachafería y por último de adaptación e inserción al sistema. No creemos que un nombre pueda ser un acto de racismo, tampoco compartimos aquella idea que los nombres deben de estar de acuerdo a los apellidos, porque esto último es más racista que aceptar o rechazar a una persona por sus nombres –y sus apellidos-. Cuando algunos analistas sostienen que algunos nombres pueden ser una demostración de huachafería, esa interpretación es correcta, porque como sostiene Natalia Majluf, “La huachafería no es cuestión de gustos; es una forma de travestismo que no tiene conciencia de su propia inadecuación. Es una pretensión necesariamente ignorante” (1999:49). Es decir, lo huachafo es necesariamente opuesto a lo conservador y por ende progresista frente al mismo, por ello cuando se produce la gran migración andina hacia Lima en la década del 50 del siglo que pasó, estos migrantes descubrieron una nueva sociedad a la cual no pertenecían pero, pretendían incorporarse, jugando los nombres una función muy importante. Por ello, el nombre no es un objetivo es simplemente un medio que genera inadecuación para los gustos conservadores que como respuesta los rechazan y se burlan de los mismos. Aunque este mismo proceso lo vivieron los italianos llegados a la Argentina que tomaron o hispanizaron sus nombres –Luis por Luigi-, los alemanes en el sur de Chile y los japoneses arribados al Perú. Este proceso lo repiten los hijos de los migrados a Lima que ahora han decidido marchar a los Estados Unidos donde “el Pedro” es ahora “el Peter” y “el Juan” es “el John” (Ávila Molero 2003). Un nuevo proceso de adaptación e incorporación en una sociedad que no tenía conocimiento de su existencia.

LOS CHOLOS Y EL NEOLIBERALISMO
Para Sabino Arroyo “El contexto cultural de la raza se antropologizó con la idea de la etnicidad, sin lograr por completo; porque, el racismo sigue justificando las diferencias, dependencias y los estereotipos” (2004:102). Es decir, a pesar que con el neoliberalismo y los supuestos desarrollos intelectuales de los posmodernos, existe un discurso que favorece lo diverso, en la práctica real y cotidiana, el racismo sigue marcando las diferencias y los estereotipos. Existen los cholos achorados y los cholos emergentes (Granados 1999), las formas ocultas para legitimizar en discursos las diferencias de las clases sociales (Callirgos 1997), el despojo y la destrucción de las culturas autóctonas (Montoya 2003), el renacimiento de la utopía andina (Lostaunau Moscol 2002) y la crítica al concepto sociológico de mestizo (Plasencia 1999). Es decir con el neoliberalismo el cholo es más cholo y por ello busca desesperadamente dejar de serlo, asumiendo patrones de vida como el consumismo y el eclecticismo, totalmente contrarios a sus manifestaciones culturales tradicionales.

UN POST SCRITUM
Cuando acabamos de ordenar ideas y textos para redactar este ensayo, los diarios nos traen noticias de nuevos sucesos racistas no solamente en el Perú sino también, en Bolivia, país que al igual al nuestro cuenta con una mayoría indígena en su composición demográfica.En nuestro país, un partido de fútbol entre el Cienciano y el Universitario de Deportes, jugado en Urcos –Cuzco-, terminó abruptamente por sucesos violentos entre los jugadores de Universitario y el árbitro. Ya en Lima, el jugador José Carranza, expulsado en el partido, declaró “Las piedras nos caían de todos lados. Nos reventaron todas las lunas del bus. Esos indios nos querían matar. Por un momento parecía que estábamos en Ilave”(Extra. Martes 25 de mayo de 2004. p.14). Aquí el término indios es utilizado con la mayor carga peyorativa posible para hacerlos sinónimos de salvajes y criminales, como en Ilave. El otro suceso son las declaraciones de la señorita Gabriela Oviedo, elegida Miss Bolivia para el certamen de Miss Universo que se realiza en Ecuador –otro país andino de mayorías indígenas-. Según ella los bolivianos aimaras de la parte occidental de su país son “indios, gente pobre y de baja estatura”(Correo. Viernes 28 de mayo del 2004. p.19). Nuevamente el indio como sinónimo de miseria y mal nutrición, es decir atraso.

Esclavitud


Esclavitud es la situación en la cual un individuo está bajo el dominio de otro, perdiendo la capacidad de disponer libremente de sí mismo.

El fenómeno de la esclavitud se remonta a las civilizaciones antiguas. Históricamente se ha demostrado que su razón de ser radica en el fortalecimiento y sostenimiento de la actividad económica, ya que normalmente los esclavos eran empleados como mano de obra.
Es de notar que en la naturaleza también se da la esclavitud, como ejemplo ciertas hormigas que roban ninfas de otras razas de menor tamaño y las hacen trabajar para su provecho.
Claro es el ejemplo de la colonización de América o las prácticas del antiguo Imperio romano además de los planteamientos políticos de la Grecia Antigua donde el mismo Aristóteles sostiene que la esclavitud es un fenómeno natural. Mintz y Elkins consideran que existe una relación recíproca entre capitalismo y esclavitud, ellos evidencian que conforme varía dinamismo del capitalismo, el carácter represivo de la actividad laboral también varía. Otros investigadores como Lester Thurow sostienen que mientras la democracia es incompatible con la esclavitud, el capitalismo no lo es, por lo que la esclavitud suele reaparecer en la misma proporción que avanza las formas autoritarias de gobierno.[1]

El Día Internacional del Recuerdo de la Trata de Esclavos y de su Abolición se celebra el 23 de agosto, mientras que el Día Internacional para la Abolición de la Esclavitud se celebra el 2 de diciembre.
También se entiende por esclavitud la condición de personas sujetas a los designios de otras sin opción a réplica, discrepancia, decisión o protesta.

El comercio negrero
Con la llegada y conquista de América, por parte de los europeos, se trazaron planes de expansión que exigían mano de obra barata. En un principio se esclavizó a los pueblos indígenas americanos pero la legislación española se planteó muy pronto la solicitud de dicha práctica (gracias a los escritos de Bartolomé de las Casas y de la Escuela de Salamanca), e hizo que se importaran personas esclavizadas de África, que además tenían mayor resistencia física y a las enfermedades, especialmente las tropicales, comenzando así un comercio a gran escala de esclavos africanos: el comercio negrero.

Hacia el siglo XVII hubo un gran incremento en el número de esclavos debido a su importancia como mano de obra, en las explotaciones agrícolas de gran extensión (sistema de plantaciones) en América del Norte, del Sur y, principalmente, en el Caribe. Según el historiador británico Eric Hobsbawm la cifra de esclavos africanos transportados a América sería de un millón en el siglo XVI, tres millones en el XVII y durante el siglo XVIII llegaría a los 7 millones, permitiendo una enorme acumulación de capital de cara al desarrollo del capitalismo europeo durante la Revolución industrial.[4]

Este incremento en el comercio negrero fue acompañado, en la mayoría de los casos, por una fuerte ideología racista: los negros eran considerados seres inferiores, asimilados frecuentemente a animales, sin siquiera poder ser considerados sujetos de derecho y por lo tanto considerados, jurídicamente, como cosas. Aunque especialmente, el debate estaba inicialmente en si los individuos de raza negra tienen alma humana, puesto que en caso afirmativo esta actividad sería considerada ilegal por la Iglesia, lo que llevó a un fuerte movimiento para afirmar que los sujetos de raza negra no tienen alma. En el caso de los indígenas de América se había decidido que tienen alma por lo que no se les podía esclavizar. De hecho era costumbre en muchas plantaciones explotar al esclavo bajo severas condiciones hasta su muerte, pues salía más barato comprar nuevos esclavos que mejorar sus condiciones de vida. La fuente de esclavos fue África, y la Isla de Gorée, colonia francesa, fue el lugar preciso donde se estableció el mercado de esclavos, también conocido como el lugar sin retorno y donde se separaban definitivamente las familias desintegradas por la esclavitud.

De forma similar los árabes mantuvieron un importante tráfico de esclavos africanos, tanto a través de rutas cruzando el Sahara como a través de la costa oriental de África, fundamentalmente la Isla de Zanzíbar. Este comercio se extendió desde el siglo VII hasta el siglo XX y alcanzó proporciones similares o superiores al comercio negrero del Atlántico.

Las cifras de la Trata
El número de personas esclavizadas procedentes de África varía, según distintas estimaciones entre los 10 y los 28 millones de personas,[5] aunque hay quienes hablan de 60 a 100 millones.[6] Hasta 1850, de 11 a 25 millones[cita requerida] fueron a parar a las colonias de América, especialmente Norteamérica y el Caribe. Además el investigador Enrique Peregalli, calcula que habría que añadir un 25% de muertos durante las capturas y otro 25% durante el viaje por el Atlántico.[7] También se calcula que unos 17 millones fueron vendidos en el Índico, Oriente Medio y el norte de África.

Las principales potencias esclavistas que estuvieron implicadas en el comercio y transporte de personas esclavizadas procedentes de África en la Trata Atlántica, serían según estimaciones:[8]
Estados Unidos/Norteamérica Británica 1.775.000 en el norte y 3.950.000 en las colonias del sur[9]

Portugal/Brasil 4.650.000
Gran Bretaña 2.700.000
España 1.600.000
Francia 1.250.000
Países Bajos 500.000
Dinamarca 50.000
Otros 50.000

Las principales regiones receptoras de esclavos africanos (que sobrevivieron el viaje) fueron Brasil (3 a 5 millones), Medio Oriente (5 millones), América española (2,5 millones) y Caribe (más de 4,5 millones).[10]

Los movimientos abolicionistas

Perú: La esclavitud es abolida por decreto del presidente Ramón Castilla el 3 de diciembre de 1854, en esta proclama que "restituye, sin condición alguna, la libertad de los esclavos y siervos libertos, cumpliendo solemnemente un deber de justicia nacional". Este decreto sirvió para que de dos a tres mil esclavos se sumaran al ejército de Castilla que combatía contra Rufino Echenique y fue decisivo en su triunfo en la batalla de La Palma, el 5 de enero de 1855.[15] Cabe indicar que en tiempos del Virreinato del Perú, los esclavos podían comprar su libertad y la de sus hijos, deviniendo en negros horros o libertos.

Referencias:
[1] Thurow, Lester. El futuro del capitalismo, 1996.
[4] Eric Hobsbawm Industria e Imperio, Editorial Crítica, 2001 p.48
[5]Cifras de la esclavitud
[6] La esclavitud: america conquistada, africa esclavizada
[7] La esclavitud: América conquistada, África esclavizada
[8]Thomas, Hugh. The Slave Trade, 1997.
[9]EH.Net Encyclopedia: Slavery in the United States
[10] [1]


¿Somos o no somos racistas los peruanos? por Néstor Valdivia

En el Perú, el tema del racismo genera posiciones encontradas y diversas. Resulta común presenciar conversaciones de grupo sobre el tema que derivan en una confrontación de opiniones y experiencias. Y, dado que no faltan recuerdos o vivencias de algún evento de maltrato o discriminación racial, la polémica se convierte en la contraposición de ejemplos y contra ejemplos.

Sin embargo, para trascender el diálogo cotidiano y la polémica callejera, es necesario ir más allá de lo anecdótico y realizar avances en el estudio sistemático del fenómeno. Aunque es poco lo avanzado, en los últimos años las Ciencias Sociales han aportado suficientes elementos como para dejar planteados los términos de un debate sobre la naturaleza y los mecanismos del racismo peruano1.

Las posiciones asumidas desde las Ciencias Sociales también son diversas y en más de una ocasión han dado lugar a polémicas y discusiones interesantes. Si habría que hacer un esfuerzo por presentar un espectro de esos planteamientos, podrían mencionarse algunos nombres. Empezando por el sociólogo Gonzalo Portocarrero y los historiadores Alberto Flores Galindo y Nelson Manrique, quienes definitivamente colocaron el tema en la agenda académica a partir de los años 902.

Desde la perspectiva teórica desarrollada por esos autores, uno de los elementos articuladores del funcionamiento de la sociedad peruana y de las relaciones sociales entre sus miembros está dado por el racismo –definido como la diferenciación establecida a partir del fenotipo y color de piel-. El racismo sería la consecuencia de un conflictivo proceso identitario marcado por el desprecio de “lo indígena” como elemento constitutivo de la nación peruana; estaría presente en el Perú de hoy, atravesaría a todos sus componentes y se expresaría bajo formas diversas –incluyendo lo que Portocarrero denominó como “racismo estético” para dar cuenta de la asociación entre raza blanca y belleza–.

Sin embargo, pese a su relevancia, la discriminación racial tendería a ser negada y reprimida –visión que es refrendada por Jorge Bruce quien desde la perspectiva psicoanalítica sostiene que el racismo casi siempre está asociado a afectos como la vergüenza y la culpa3–. Esto habría dado lugar en el Perú al desarrollo de un racismo solapado y escondido4. En ese sentido, otros autores como Callirgos han insistido en la idea que el racismo marca el vínculo entre los peruanos y que tiene como contraparte una escasa valoración de “lo cholo” y una baja auto-estima personal5.

En una posición claramente opuesta, ha habido quienes, como Alejandro Ortiz, cuestionan la idea del predominio del racismo en el Perú señalando que el fenotipo o la raza no tienen mayor relevancia como eje articulador de la identidad ni como motivo de discriminación6.

Por su parte, en un esfuerzo por dar cuenta de la complejidad del fenómeno, autores como Walter Twanama han afirmado que la discriminación social no se produce siempre –ni principalmente– en torno al fenotipo. En todo caso, la “raza” jugará un rol importante dependiendo de las circunstancias y situaciones, y cuando es considerado como un factor de discriminación, por lo general, está asociado a otras variables como la clase social, el nivel educativo y los ingresos7.

Posteriormente, en balance de la discusión sobre el tema, Martín Santos propuso un interesante esquema analítico para entender el racismo peruano señalando que el reconocimiento abierto o la negación de ese problema depende del contexto y la interacción social específica en la se implique la persona interrogada8.

Entre los aportes más recientes, debe tenerse en cuenta los trabajos de Marisol de la Cadena que sostiene que en el Perú el “racismo” es más cultural que propiamente “racial”, basándose en el análisis de la concepción de “raza” y “mestizaje” desde la perspectiva de los propios sujetos indígenas.

También cabe destacar un trabajo de GRADE donde se analiza el vínculo entre racismo e identidad étnica y que confirma lo señalado por algunos autores en el sentido de que el racismo peruano no es unidireccional9. En el Perú no se aplica la figura de un grupo étnico-racial “blanco” dominante que “discrimina” a un grupo “indígena” subordinado. Lo que parece ocurrir acá es una suerte de discriminación racial “en cascada” que se inicia en el vértice de la pirámide social pero que continúa hasta llegar a la base de la misma, en una dinámica simultánea donde el que se considera “más blanco” discrimina o “cholea” al “menos blanco”, éste a su vez “cholea” al “más indígena”, y así sucesivamente10.
Más recientemente, otro estudio de GRADE sobre discriminación en el acceso a los servicios de salud aporta mayores evidencias sobre el tema11. Se trata de una investigación basada en entrevistas y grupos focales que llega a la conclusión que para personas de origen indígena la “raza” no representa en sí misma un elemento de articulación de su identidad, como tampoco constituye el principal factor de discriminación –confirmando lo planteado previamente por algunos autores sobre el tema–.

Pero volvamos a la pregunta que titula el presente artículo: “¿Somos o no racistas los peruanos?” Quizás una formulación más adecuada del problema debería trascender la dicotomía implícita en la pregunta y buscar determinar cuán extendidas son las prácticas racistas y cuáles son los mecanismos a través de los que éstas se producen. Por lo pronto, la investigación social realizada en el Perú no parece proporcionar evidencia suficiente para llegar a conclusiones definitivas. Hace falta continuar realizando más estudios y confrontando hallazgos a la luz de un desarrollo conceptual y teórico necesario para su interpretación. Mientras tanto, veamos qué es lo que nos dicen algunas cifras recientes y los resultados de investigaciones realizadas en nuestro medio.

Un primer asunto que deberá abordar la investigación académica es determinar cuán extendido está el racismo en nuestro medio. Si se toman en cuenta las percepciones de las personas acerca del racismo, se observará que no existe consenso en torno a los alcances del mismo. Según una encuesta realizada en el año 2004, las posiciones estarían divididas por igual en el Perú: mientras que el 51 % de los encuestados señalan que nuestra sociedad es poco o nada racista, un 49 % opina que es bastante o muy racista12.

También resultan útiles los resultados de un estudio de GRADE –con datos referidos a la población urbana peruana del año 2001-, según los cuales casi las 2/3 partes de los entrevistados señaló haber sufrido o experimentado algún evento de discriminación –de diversas formas y en distintos contextos, como al momento de acudir a una dependencia pública, asistir a un centro de salud, al solicitar empleo, o bien en su centro educativo o de trabajo–. Sin embargo, cuando se indagó sobre los motivos de esa discriminación, la mayor parte de ciudadanos hicieron referencia a la “falta de conocidos” o “contactos” (50 %), el estrato socioeconómico de pertenencia (28 %) y la edad (15 %) –como los motivos principales–. Sólo el 7 % mencionó la “raza”.

Por otro lado, el ya citado estudio de DEMUS –con una muestra referida a todo el país– ubicó como causas de discriminación a la “condición socioeconómica” (45 %), y la “edad” (26 %). Como motivos de menor importancia –aunque sin dejar de ser relevantes– aparecen la “raza” (16 %) y el “lugar de origen” (15 %)13.

Con este recuento de cifras no se pretende negar la existencia del racismo en nuestro país pero sí entenderlo y ubicarlo en su verdadera dimensión. Y lo que se puede concluir al respecto es que si bien la discriminación parece ser un asunto presente en la experiencia y la subjetividad de los peruanos el rol que juega la raza o la discriminación racial es menor al de otros factores sociales (como, por ejemplo, la clase social).

Sin embargo, más allá de la importancia de la discriminación racial –en comparación a otras formas de discriminación o exclusión– resulta necesario avanzar en el conocimiento del racismo en algunos ámbitos específicos de la sociedad y la economía del país. En ese sentido, debe tenerse en cuenta los hallazgos de tres trabajos referidos a los mercados laborales y las transacciones económicas.

El primero es un estudio que podría considerarse pionero en el tema y que realizó un equipo de economistas de GRADE en base a información de la Encuesta de Niveles de Vida del año 2001 –a la que se añadió un módulo específico para caracterizar a las personas según su pertenencia “racial”–14. Aplicando técnicas econométricas de análisis, los autores hallaron que una parte sustancial de las diferencias de ingresos entre los grupos raciales no pueden ser explicadas por diferencias de características individuales (como el capital humano o educación de la persona) sino, más bien, por la pertenencia racial de las personas. Las conclusiones del estudio, por lo tanto, abonaban a favor de la existencia de diferencias de ingresos que se explicarían por la persistencia de racismo en nuestra sociedad.

El segundo estudio fue realizado en Lima Metropolitana y estuvo orientado a analizar la existencia de discriminación racial en las prácticas de contratación en el mercado laboral15. La investigación no encontró evidencias de discriminación, dado que se no se registraron diferencias significativas en las tasas de contratación para “blancos” e “indígenas”. Ello ha llevado a afirmar a uno de los autores lo siguiente: “Es cierto, hay diferencias en resultados en los mercados de trabajo según características raciales y de género, pero ello no es evidencia de discriminación. Los problemas de diferencias raciales se encuentran principalmente en el sistema educativo, [en cambio] los de las diferencias de género en el mercado laboral”16.

En efecto, el autor citado ha llegado a sugerir que el problema de discriminación de género es más fuerte que la discriminación racial, al menos en ámbitos como el mercado laboral limeño17. Ha señalado que esa discriminación de género actúa a través de mecanismos de auto-selección fijados en expectativas o pretensiones salariales más bajas entre la mujeres –como una suerte de ‘anticipación’ producto seguramente de la experiencia de discriminación previas observadas y/o vividas en el ámbito laboral–.

Como bien han advertido los mismos autores, los hallazgos de este estudio deben sopesarse teniendo en cuenta las limitaciones que presenta. Se trata de una investigación realizada con una muestra acotada de solicitantes de empleo –con características raciales relativamente homogéneas– que usan un servicio del Ministerio de Trabajo y en un mercado de trabajo de tres ocupaciones específicas: secretarias, vendedores y asistentes (contables y administrativos)18.

Por último, el tercer estudio fue realizado en el año 2007 con un grupo representativo de jóvenes de diversos sectores sociales de Lima y se basó en un experimento consistente en un juego de simulación de transacciones de inversión en alianza con un “socio” libremente elegido –permitiendo medir el grado en que una persona confía en los demás y actúa con reciprocidad–19. Los resultados mostraron que si bien al inicio las personas manifestaron preferencias de asociación a favor de las personas altas y “blancas”; al momento de recibir información sobre el (mejor o peor) desempeño de las personas los estereotipos raciales perdían importancia20.

Los resultados de estos tres estudios comentados constituyen un avance hacia el conocimiento del fenómeno. Sin embargo, debe señalarse que se trata de un análisis centrado en el comportamiento de las personas en una esfera específica: el mercado. Hace falta más investigaciones que abarquen otros ámbitos de la vida social y que tengan como contextos institucionales el acceso a ciertos servicios (por ejemplo, salud), o determinados espacios de socialización (como la escuela o la familia). Se requieren, finalmente, mayores evidencias que demuestren que los peruanos no sólo manejamos prejuicios y estereotipos raciales sino que los ponemos en práctica al momento de relacionarnos entre nosotros –en los distintos ámbitos de la esfera social, cultural y económica–.

En ese sentido, es importante tener cuenta el fenómeno de discriminación racial en sus diversas manifestaciones y formas. Es probable que existan esferas –como la de los medios de comunicación o la publicidad comercial- donde esas prácticas sean más comunes. Y tiene mucho sentido prever que habrá espacios sociales –como clubes privados, lugares de diversión, discotecas, playas, etc.– donde la diferenciación y el trato diferenciado en base al “color de piel” tengan mayor relevancia y se exprese en actos de discriminación.


Referencias:

(1) El mismo término “racismo peruano” podría ser objeto de polémica y discusión. Para fines de este artículo, su uso busca enfatizar el carácter idiosincrásico del fenómeno –como hecho social–, por lo que debe entenderse como las formas de discriminación racial típicas o predominantes en nuestro medio.
(2) Entre otros, se pueden citar los siguientes trabajos: Alberto Flores Galindo, “Buscando un Inca: identidad y utopía en los Andes”, Congreso de la República del Perú, Lima, 1988; Nelson Manrique, “Algunas reflexiones sobre el colonialismo, el racismo y la cuestión nacional. Introducción” en La piel y la pluma, Casa Sur, Lima 1993; Nelson Manrique, “Racismo y violencia política en el Perú”, Pretextos: 89-105, 1996; Gonzalo Portocarrero, “El silencio, la queja y la acción: respuestas al sufrimiento en la cultura peruana”, en “Tiempos de ira y amor”, ed. C. I. Degregori et al. , DESCO, Lima, 1990; Gonzalo Portocarrero. “Discriminación social y racismo en el Perú de hoy”, en “500 años después... ¿el fin de la historia?”, ed. Nelson Manrique et al., Escuela para el desarrollo, pp. 179-97, Lima, 1992; Gonzalo Portocarrero, “’Racismo y mestizaje’ y otros ensayos”, Fondo Editorial del Congreso del Perú, Lima, 2007.

(3) Jorge Bruce, “Nos habíamos choleado tanto. Psicoanálisis y racismo”. Fondo Editorial de la Universidad San Martín de Porres, Lima, 2007.

(4) Suzanne Oboler, “El mundo es racista y ajeno. Orgullo y prejuicio en la sociedad limeña contemporánea”, Documento de Trabajo No. 74, Instituto de Estudios Peruanos, Lima, 1996.

(5) Juan Carlos Callirgos, “El racismo. La cuestión del otro (y de uno)”, DESCO, Lima, 1993.

(6) Alejandro Ortiz, “El término raza como homonimia”, y “En torno al individuo andino. identificaciones, prejuicios y seudoracismo”, en el libro “La pareja y el mito. Estudios sobre las concepciones de la persona y la pareja en los Andes”, ed. A. Ortiz, Fondo Editorial de la Pontificia Universidad Católica del Perú, Lima, 2001.

(7) Walter Twanama, “Cholear en Lima”, en la Revista Márgenes. Encuentro y debate,
(5) (9), 206-240, Lima, 1992.

(8) Martín Santos, “La cuestión racial: un ajuste de cuentas en tiempos de globalización y postmodernidad”, en Debates en Sociología Nº 27, PUCP, Lima, 2002.

(9) Néstor Valdivia, “Etnicidad, pobreza y exclusión social: la situación de los inmigrantes indígenas en las ciudades de Cuzco y Lima” en el libro “Exclusión social y estrategias de vida de los indígenas urbanos en Perú, México y Ecuador”, ed. Jorge Uquillas, Tania Carrasco y Martha Rees, Banco Mundial/Fideicomiso Noruego, Quito, 1ra. edición, 2003.
(10) Allí residiría uno de los principales pilares o fortalezas del racismo peruano: no está circunscrito a la práctica de un grupo en específico sino que atraviesa al conjunto del tejido social, porque anida incluso entre quienes podrían considerarse cholos o indígenas –confirmando la idea desarrollado por otros autores respecto a la auto-discriminación o el racismo endógeno–.

(11) María Elena Planas y Néstor Valdivia, “Inequidades étnico/raciales en el Perú: Relevancia relativa de lugares, modalidades y motivos de discriminación en Lima y Cusco”, Informe de avance del Proyecto “Raising awareness on the connection between race/ethnicity, discrimination, poverty and health inequalities in Peru”, Grupo de Análisis para el Desarrollo-GRADE/ Universidad Peruana Cayetano Heredia, mimeo, Lima, 2007.

(12) Fuente: “Encuesta nacional sobre exclusión y discriminación social. informe final de análisis de resultados. David Sulmont Haak, DEMUS- Estudio para la Defensa y los Derechos de la Mujer, Lima, febrero de 2005. Se trata de la encuesta encargada por DEMUS al Grupo de Opinión Pública de la Universidad de Lima y aplicada en 2004 a una muestra representativa de la población peruana, conformada por 1,600 personas entre 18 y 70 años de edad de 14 departamentos del país.

(13) Esta tendencia parece no ser exclusiva al caso peruano, al menos si se tiene en cuenta los resultados del Latinobarómetro de 2004 y 2005, con datos para 17 países de la región, que dan cuenta que el “ser pobre”, el “no tener suficiente educación”, y “no tener conexiones”, representan razones de discriminación más importantes que el “color de la piel”.

(14) Ñopo Hugo, Saavedra Jaime, Torero Máximo (2004). “Ethnicity and earnings in urban Peru”. Discussion Paper No. 980, Institute for the Study of Labor, Bonn.

(15) Martín Moreno, Hugo Ñopo, Jaime Saavedra y Máximo Torero, “Gender and racial discrimination in hiring: a pseudo audit study for three selected occupations in Metropolitan Lima”, IZA Discussion Papers 979, Institute for the Study of Labor (IZA), 2004. Se trató de un estudio llevado a cabo entre 2003 y 2003 usando la cobertura del sistema de intermediación laboral del Ministerio de Trabajo, la red CIL-ProEmpleo.

(16) Tomado de: http://grancomboclub.com/ 2007/05/machistas-o-racistas-discrimina cin-en.html

(17) Afirmación que encuentra respaldo en el resultado de la encuesta de DEMUS ya citada, donde si bien uno de cada dos entrevistados (51,0 %) señalaba que nuestro país bastante y muy racista; tres de cada cinco (63,8 %), opinaba que es bastante o muy machista.

(18) Lo cual plantea el asunto que el racismo puede operar con mayor fuerza en otro tipo de ocupaciones donde la “presencia” cuenta y muy probablemente los patrones estéticos racializados jueguen un papel crucial como mecanismos de discriminación.
(19) Marco Castillo, Ragan Petrie y Máximo Torero, “Ethnic and Social Barriers to Cooperation: Experiments Studying the Extent and Nature of Discrimination in Urban Peru”, Inter-American Development Bank, Working paper #R-543, Abril, 2008.

(20) Diversos autores han señalado la existencia de estereotipos raciales en el Perú. Los estereotipos –junto con los prejuicios- constituyen una base para el desarrollo de actitudes racistas. Sin embargo, dado que la naturaleza de los mismos pertenece al nivel de las representaciones sociales, no equivale a comportamientos discriminatorios. Para un análisis del tema se puede consultar el trabajo de Joanna Drzewieniecki,


América Latina, Una y diversa por Nelson Manrique


La diversidad cultural originaria

Históricamente no existe una civilización o cultura latinoamericana. En el territorio de la actual América Latina, antes de la conquista hispana, existían sociedades culturalmente heterogéneas que, en amplios espacios regionales compartieron, a lo largo de su historia y con una duración variable, la influencia de horizontes civilizatorios comunes. Aunque las evidencias apuntan a intercambios culturales entre Mesoamérica y los Andes no existen evidencias de una relación regular entre estos dos amplios espacios civilizatorios, de tal manera que, al hablar de América Latina, sólo podríamos hablar de una “cultura indígena” prehispánica, considerada como un todo articulado, por oposición a la cultura de los conquistadores europeos, lo cual sólo puede hacerse olvidándose de la fundamental diversidad cultural de la región.

Internamente los procesos históricos de estos espacios socioculturales son también muy diversos. Si nos centramos en las sociedades andinas, éstas eran, antes de la conquista española, centenares, sino miles, de culturas diversas, que periódicamente fueron sometidas al impacto de influencias culturales de dimensión panandina, ya fuera a través de la conquista militar, religiosa, de los intercambios económicos o, más probablemente, por una combinación de todos estos elementos.

La historia andina prehispánica puede ser vista como la sucesión de lo que los arqueólogos denominan horizontes culturales; influencias que, partiendo de uno o dos centros principales de irradiación, ejercían una influencia homogeneizadora en torno a determinados logros culturales cuyos rastros pueden encontrarse en todo el ámbito regional andino. Sin embargo, estos procesos de homogeneización no lograron borrar la diversidad cultural de los pueblos conquistados y una y otra vez fueron seguidos casi inmediatamente por procesos de fuerte diferenciación entre las culturas sometidas a esas influencias, durante lo que los arqueólogos denominan períodos de regionalización. La región andina tiene una de las geografías más accidentadas del mundo y los logros culturales a través de los cuales los pobladores de la región pudieron conquistar la naturaleza tuvieron que adecuarse constantemente a una esencial diversidad del medio natural. De allí que las adaptaciones particulares fueran la norma y no la excepción. Aparentemente los logros culturales irradiados por los grandes horizontes civilizatorios (Chavín, hacia 2,500 aC.; Wari - Tiwanaku, hacia el 800 dC. e Inca, hacia el siglo XV) sólo pudieron ser realizarse plenamente en la medida en que pudieron ser adaptados a realidades locales diferenciadas, fuertemente influidas por una decisiva diversidad geográfica.

Lo señalado supone que, por debajo de la imposición cultural de los grandes imperios prehispánicos, utilizando sus logros culturales y haciendo múltiples transacciones con sus dioses, valores, creencias y costumbres, las sociedades locales lograron mantener identidades culturales diferenciadas, asentadas sobre la persistencia de los antiguos ayllus, las agrupaciones gentilicias articuladas sobre relaciones de parentesco extendido, que sobrevivieron a los eventuales cambios políticos, sociales y económicos desencadenados por la expansión de los reinos conquistadores precolombinos.

Donde mejor puede rastrearse la persistencia contemporánea de estas antiguas identidades es en las religiones indígenas contemporáneas. Hoy, por debajo del cristianismo impuesto por los conquistadores hispanos, en las comunidades andinas, se sigue adorando a las viejas deidades tutelares de carácter local, asociadas a los cerros y montañas: apus, mallkus, wamanis, y otros en cuya propia denominación es evidente la influencia hispana; cabildos, como sucede en el Valle del Colca, al sur del Perú. Éstas son religiones muy antiguas, sobre cuya continuidad durante la época colonial existen múltiples evidencias. Mientras tanto, la religión oficial impuesta por los incas, el culto solar, desapareció completamente con la derrota del Tahuantinsuyo, sin que se encuentren sus huellas en la religión que actualmente se practica en toda la región.

La diversidad cultural, lingüística, religiosa, etc., de los pueblos prehispánicos fue muy bien aprovechada por los conquistadores españoles para enfrentar entre sí a los diversos reinos durante la conquista. Hoy se sabe que la táctica utilizada por Cortés con tanto éxito en la conquista de México fue también empleada por Francisco Pizarro en los Andes. Reinos como los huancas, cañaris, chimúes, chachapoyas y otros combatieron junto con los españoles para derrotar a los incas cusqueños, a quienes veían como opresores. Este alineamiento expresaba no sólo una opción táctica, que seguramente creía poder utilizar a los invasores llegados desde lejos para deshacerse de poderes que eran sentidos como opresores, sino diferencias culturales radicales, que se resistían a la homogeneización imperial.

A pesar de esa diversidad radical de origen, la dominación colonial creó bases para una cierta homogeneidad cultural en el mundo indígena. Los diversos reinos indígenas de origen prehispánico fueron profundamente redefinidos por la organización colonial -por ejemplo a través de la organización de las reducciones, que dieron lugar a los pueblos de indios o común de indios, de donde surgieron muchas de las actuales comunidades campesinas-. Allí donde existía una gran diversidad cultural, la catástrofe demográfica, la desestructuración social, política, cultural y económica, la común explotación y el empobrecimiento general de la población bajo dominio colonial homogeneizó la condición de los indígenas en la misma pobreza, bajo la común denominación de indios. Las lenguas generales fueron impuestas en desmedro de las lenguas locales, como una manera de facilitar la evangelización y el control político de la población y, con la liquidación de la antigua aristocracia de los kurakas o caciques andinos, luego de la derrota del gran levantamiento anticolonial de José Gabriel Condorcanqui Túpac Amaru II (1780) se sentaron las bases para la constitución de una identidad capaz de agrupar a colectivos que antes de la conquista estaban profundamente escindidos. Básicamente ésta es la identidad reivindicada por los movimientos indianistas contemporáneos.


España, ¿una o diversa?

La gran diversidad de los componentes culturales de la identidad indígena latinoamericana es algo aceptado por los investigadores al menos desde la década del sesenta. Pero no existe conciencia de la radical diversidad cultural de la España que conquistó América. Nuestra herencia hispana aparece, así, como monolítica. Los conquistadores son vistos como la avanzada de la cultura occidental; europeos portadores de una visión del mundo que en los siglos siguientes se convertiría en la dominante. Esta visión sólo es en parte verdadera. Basta remontarse a los orígenes de las múltiples tradiciones históricas que modelaron la España de la conquista y su visión del mundo para que estalle esa imagen unívoca y monolítica de los españoles. España es un país profundamente mestizo y la influencia judía y musulmana en su historia es demasiado grande para ignorarla.

La imagen cultivada por la historiografía tradicional habla de los musulmanes que atravesaron el estrecho de Gibraltar el año 711 como invasores que arrebataron su patria a los españoles. Éstos, según esta versión, lucharon denodadamente durante ocho siglos para expulsarlos y reconquistar España. Pero las nuevas investigaciones presentan una imagen muy distinta. Ante todo, los musulmanes ingresaron a la Península Ibérica como aliados de una de las facciones visigóticas enfrentadas por el poder luego de la muerte del rey Vitiza, y la expansión del Islam en la Península Ibérica fue resultado, básicamente, de la conversión de millones de ex cristianos a la fe islámica. Como lo ha demostrado Thomas Glick, para el siglo XI en los territorios de la Península Ibérica bajo la soberanía de la media luna apenas una quinta parte de los musulmanes eran extranjeros o descendientes de ellos, mientras que las cuatro quintas partes restantes eran ex cristianos conversos o sus descendientes: hispano musulmanes. El prestigio económico, social y, sobre todo, cultural del Islam provocó esta conversión masiva. Y ésta fue acompañada por una completa arabización cultural. Estos conversos eran conocidos como muwallads o muladíes. Tampoco los cristianos que en al-Andalus (la España musulmana) se mantuvieron fieles a su fe pudieron sustraerse al poderoso influjo de la cultura musulmana. Los mozárabes (de must’aarib, “arabizado”) eran religiosamente cristianos pero culturalmente árabes, tanto en su vestimenta, la forma de construir sus viviendas, las relaciones sociales, su alimentación, sus costumbres y su lengua, la “algarabía” de al-arabbiya, la lengua árabe).

Luego de una extraordinaria y enriquecedora coexistencia entre las tres grandes culturas de la Edad Media -cristianos, judíos y musulmanes- hacia el siglo XIII los enfrentamientos entre los reinos cristianos del norte de la península y los islámicos del sur fue tomando un cariz cada vez más enconado, que devino en una guerra de religión. A ella la han llamado los historiadores oficiales españoles “la Reconquista”. Pero, siendo la población musulmana de al-Andalus en su gran mayoría de indígenas hispanos no puede sostenerse que ésta fuera una gesta de “reconquista” contra invasores "extranjeros"; se trató de una expansión militar, conquistadora, de los reinos cristianos hispanos del norte a costa de los hispano musulmanes del sur. Hasta un período bastante tardío, las fronteras religiosas no definieron el alineamiento de los contendientes; los cronistas de la época consideraban tan españoles a los cristianos vencedores como a los moros vencidos, así como a los judíos de Sefarad (la España judía) encarnizadamente perseguidos a partir de finales del siglo XIV. Esta visión de la historia dista, por cierto, de la construcción ideológica, desarrollada por los defensores del proyecto colonial hispánico, de una imaginaria identidad hispánica excluyente, de estirpe visigótica.

Los europeos han sido, en general, reticentes a reconocer el enorme aporte musulmán a su renacimiento cultural. Córdoba, la capital del imperio omeya que gobernó al-Andalus en su período de mayor esplendor, habitada por 120 mil pobladores en el siglo XI, era la ciudad más grande y opulenta de Europa y su capital cultural. Esta ciudad jugó un papel de primer orden para el renacimiento cultural de Occidente. Gracias al trabajo de su escuela de tra­duc­tores (en la que laboraban conjun­tamente sabios árabes, cris­tianos y judíos) Europa recuperaría a los grandes pensadores de la antigüedad clásica. A partir del siglo X los andalusíes cordobeses pusieron a disposición de los estudiosos casi toda la obra de Aristóteles, parte de Platón -aunque estudiado a través del filtro de los neoplatónicos de la Baja Antigüedad, de Proclo a Plotino-, obras de los estoicos, neopitagóricos, etc. En el terreno científico, tradujeron las obras de Hipócrates, Galeno y sus seguidores en medicina; en botánica las de Disocórides; Euclides, Arquímedes, Ptolomeo, etc., en matemáticas, astronomía, mecánica y geografía. Asimismo estudios de astrólogos, oniromantes, fisiognomistas, agronómicos, economistas, etc. Culturalmente, el mundo islámico medieval estaba muy por delante de la Europa sumida en la noche del oscurantismo feudal.

El aporte de los intelectuales andalusíes a la formación de la cultura occidental moderna ha sido decisiva. Es fundamental el papel de ibn Rusd, conocido en Occidente como Averroes, y del judío sefardí Mosé ben Maymón, Maimónides.

Ibn Rusd nació en Córdoba el año 520 de la Hégira, o sea el año cristiano de 1126, un siglo después del hundimiento del califato omeya, en un período de grandes convulsiones sociales donde paradójicamente se produjo un notable renacimiento cultural. En la Edad Media, la teología dominaba el campo del pensamiento.

Hombre de vigoroso intelecto, ibn Rusd transformó las bases de la escolástica, abriendo el camino a la separación entre la teología y la filosofía. “La llegada de sus escritos a París cambiaron el rumbo de toda la Escolástica, se trate de Santo Tomás de Aquino o de los averroístas latinos. El averroísmo político es uno de los hechos capitales para la estructuración del espíritu laico que culminará con el Renacimiento" [2]. Incluso Dante coloca en la Divina Comedia a Averroes, "que hizo el gran comentario", en el primer círculo del Infierno, o sea el Limbo, a donde van aquellos que, aunque han vivido racional y virtuosamente, se ven excluidos del cielo por no haber sido redimidos por el bautizo. Allí comparte la morada con los grandes espíritus: el "maestro de los que son sabios" (Aristóteles), Sócrates, Platón, Demócrito, Diógenes, Anaxágoras, Thales, Empédocles, Heráclito, Zenón, Euclides, Tolomeo, Hipócrates y Galeno, entre otros [3].

El desarrollo de la falsafa (filosofía) musulmana tuvo en ibn Rusd su más alta cumbre. Fue el primero que se atrevió a romper con la síntesis neoplatónica en la que ibn Sina (Avicena) sumergió, por razones religiosas, las ideas más fecundas de Aristóteles. Su audaz reivindicación de una lectura científica e independiente de Aristóteles, o sea, de la estricta filosofía, abrió el camino por el cual transitaría el pensamiento moderno durante los siglos siguientes. La postura crítica del gran cordobés hizo que fuera combatido; sus obras fueron quemadas en París. Pero finalmente su influencia contribuyó de una manera decisiva a modelar el pensamiento occidental. No tuvo igual suerte en el mundo islámico.Mosé ben Maymón, Maimónides, nació en Córdoba el 30 de marzo de 1135. Como ibn Rusd, fue descendiente de una familia de jueces (dayyanim, en hebreo) y a lo largo de su vida tuvo que vivir largos exilios. Su obra que más resonancia ha tenido ha sido la Guía de Perplejos, que en su traducción latina tuvo influencia en los escolásticos cristianos y, entre otros, en san Alberto Magno y santo Tomás de Aquino. La versión hebrea ha influido en muchos intelectuales entre los cuales destaca Spinoza. La influencia de la obra maimonidiana ha sido muy vasta, en Occidente y en Oriente.A pesar de la sañuda persecución contra los judíos y musulmanes, a partir del siglo XIII, que de un inicial carácter religioso devino luego en cultural y, a partir de mediados del siglo XV en abierta persecución religiosa, con la instauración de los estatutos de limpieza de sangre, la herencia cultural semita no pudo ser erradicada de las mentalidades de los conquistadores. La Inquisición fracasó en su designio de eliminar las evanescentes presencias de las culturas negadas. Pero el racismo hispánico antisemita, fraguado en el mismo período en que se conquistaba y colonizaba América, prestó las categorías mentales a través de las cuales se pensó al indio americano. Las raíces del racismo colonial antiidígena son pues antiguas.

Creer entonces que España nos trajo, como imposición o legado, simplemente la racionalidad occidental empobrece la realidad. España era, al momento de la conquista -como Jacques Lafaye ha anotado-, una representación en pequeña escala de lo que era el mundo conocido de la época. En el microcosmos hispano se expresaban las fuerzas y las influencias de los tres continentes que modelaban el mundo entonces conocido (Europa, Africa y Asia) y, a partir de la conquista de América, recibió también las influencias del nuevo continente descubierto. Todas esas influencias, vertidas en el proceso de la colonización de nuestros pueblos, se han integrado profundamente a nuestro patrimonio cultural. Considérese simplemente que el castellano moderno ha incorporado más de 4 mil vocablos árabes, que abarcan todos los campos de la actividad humana, contra seiscientos heredados de la lengua germánica visigótica, mayormente topónimos y gentilicios. En la génesis de la cultura latinoamericana la influencia de la cultura andalusí tuvo como un vehículo fundamental la presencia de los moriscos; musulmanes convertidos (a veces sólo formalmente) al cristianismo. Tómese como ejemplo el estilo arquitectónico mudejar desplegado por los extraordinarios alarifes y albañiles (incidentalmente, se trata de términos árabes) moriscos esclavos, plasmado en las notables construcciones coloniales. “Mudejar” designa precisamente a los musulmanes que vivían en los reinos bajo hegemonía cristiana.


Todas las sangres, todas las culturas

A la extraordinaria diversidad cultural heredada de las culturas americanas originarias y a la de la España de las tres grandes religiones se sumaron los aportes culturales de los africanos traídos como esclavos, primero, y, durante los siglos siguientes, los de múltiples inmigrantes: europeos diversos, musulmanes, judíos, chinos, japoneses, etc. América Latina es, pues, en el más fuerte sentido del término, no sólo el continente de todas las sangres sino también de todas las culturas. Aunque la cultura occidental es la dominante, existen decenas de millones de pobladores que hablan diversas lenguas originarias y reivindican el derecho a defender su identidad cultural. Durante las últimas décadas el continente vive un proceso de reetnización, en torno a la reivindicación de la identidad india que viene cambiando profundamente el mapa político de varios países de la región.Esto no significa que se haya logrado una armónica integración de estos aportes culturales. La matriz colonial ha pervertido las relaciones entre los latinoamericanos. Allí donde los vencedores se sentían la cúspide de la evolución, frente a los colonizados vistos como biológicamente inferiores, era imposible pensar en culturas enriqueciéndose mutuamente en el intercambio. La cruzada colonial era enfrentamiento entre “la cultura” (civilización) y la no-cultura (barbarie). El proyecto colonial es eminentemente civilizador. Cuando no se reconoce al otro como un semejante no es posible establecer intercambios culturales en condiciones de igualdad; a lo más, el saqueo y la imposición.

Esto no cambió con la independencia pues las estructuras coloniales de dominación no fueron desmanteladas. Los criollos que encabezaron la guerra contra España estaban decididos a usufructuar el orden colonial que había entrado en crisis con la derrota de los ejércitos del rey ante las tropas napoleónicas, no a desmantelarlo. Se hizo una revolución política, no una revolución social.

La historia de las relaciones con los poderes imperiales anglosajones se ha movido dentro de los mismos carriles. El imperialismo ve a América Latina como su patio trasero y, crecientemente, como una amenaza al american way of life, a medida que crece en Estados Unidos la población inmigrante definida como “latina” y ésta se resiste a la asimilación cultural.El problema de la identidad latinoamericana, más que de la defensa de un patrimonio cultural común, se plantea desde la dificultad de integrarnos en un mismo proyecto, tanto entre las distintas naciones en que se fragmentó el antiguo proyecto c0lonial hispano, cuanto al interior de nuestros propios países. Más que cultural, éste es un problema social, político y económico. Durante los dos últimos siglos se ha planteado como la cuestión de la independencia frente a los poderes foráneos, la afirmación de una identidad nacional y la asimilación de las “minorías étnicas” (definidas así a pesar de que en varios países constituían la mayoría de la población) a la “cultura nacional”, en singular; aquella que querían imponer las elites criollas dominantes, permeada, sucesivamente, de hispanismo, afrancesamiento y anglofilia. El mestizaje, entendido como la desindigenización, era la vía a través de la cual se construiría la unidad soñada.Este proyecto ha fracasado. Sin embargo, los cambios culturales asociados a la transición de la sociedad industrial de masas a la sociedad de la información, la denominada posmodernidad, supone el debilitamiento de las “identidades duras”, la nacional y la clasista, por ejemplo. Hoy es posible pensar de otra manera la nación; proyectos pluriétnicos y multiculturales. Pero es necesario ir más allá.

América Latina es un continente multicultural, por la gran diversidad de sus raíces y las múltiples influencias que ha recibido a lo largo de su historia. Pero el proyecto que debiera perseguirse es el de la interculturalidad. No ser simplemente -como somos- diferentes sino ser capaces de movernos a través de las fronteras culturales que hasta aquí se han constituido en barreras que nos separan. La globalización en curso, y las hibridaciones y mestizajes que ella produce continuamente, no debiera ser un problema para un continente que ha sido capaz de asimilar creativamente tantas influencias en su historia. Pero esto sólo será posible si existen relaciones horizontales, democráticas. El “diálogo de civilizaciones” debiera comenzar en casa, para eliminar el colonialismo interno. Sólo en democracia la diversidad cultural enriquece. A través de la imposición colonial, seguiremos condenados a la extrañación y el aislamiento.


[1] Este texto fue presentado en el encuentro Diálogo de Civilizaciones, celebrado en Caracas en octubre de 2002. Recoge reflexiones que he desarrollado más ampliamente en textos anteriores, principalmente Vinieron los sarracenos. El universo mental de la conquista de América. Lima: DESCO, 1993; Historia de la República. Lima: COFIDE, 1995; La sociedad virtual y otros ensayos. Lima: Fondo Editorial Pontificia Universidad Católica del Perú, 1997; y La piel y la pluma. Escritos sobre literatura, etnicidad y racismo. Lima: SUR - CIDIAG, 2000.

[2] AVERROES (Abu-l-Walid Muhammad b. Ahmad b. Muhammad ibn Rusd): Exposición de la 'República' de Platón, Editorial Tecnos S.A., Madrid 1986, p. XXX.

[3] DANTE: La Divina Comedia, "Infierno", canto IV, Editorial Cumbre, S.A., México 1978, pp. 22-23.


Definición de Racismo por César Colino


El término racismo tiene, en sentido estricto, un origen y contenido bien definidos. Sin embargo, en los ultimos decenios se han desprendido de su uso múltiples acepciones, que hacen su definición objeto de desacuerdo por la variedad de fenómenos a los que se aplica en la práctica.


1. El término surge a mediados del presente siglo comúnmente asociado, de forma peyorativa, a las doctrinas y la práxis del régimen nacionalsocialista alemán relativas a la superioridad de unas razas sobre las demás. El término racismo (racism, racisme, Rassismus, razzismo) se extiende desde el inglés y el francés a las otras lenguas europeas tras la Segunda Guerra Mundial, en el contexto de la derrota del nacionalsocialismo y el conocimiento del exterminio sistemático de los judios europeos. Su uso supone, por tanto, una condena a la ideología y la práctica racial de los nazis y coincide con el abandono del término raza en cualquier acepción asociada a la política o la Historia (Vid. Conze, 1990). Una de las primeras veces que el término se encuentra en circulos académicos, en un sentido concreto, para referirse al dogma sobre la superioridad de unas razas sobre otras, es en la obra de la antropóloga R. Benedict Race and Racism (1942). En los años siguientes, el término se irá asociando a otras experiencias, como la segregación racial en el sur de Estados Unidos o el régimen de Apartheid en Sudafrica. A partir de los años sesenta, el término sufre, como ha señalado Miles (1989) un proceso de inflación conceptual.

En un sentido amplio, y utilizando el término de un modo retroactivo y a veces confuso, se ha hablado de racismo, por analogía o extensión, en tiempos en que este no existía en ningún sentido estricto. Se oye hablar, así, de racismo de los griegos o los romanos, racismo de clase en el feudalismo, racismo de género, racismo contra los pobres, etc. Por otra parte, también se utiliza el término, indiscriminadamente, como insulto, en el enfrentamiento político o ideológico, al evocarse con su uso fenómenos como el fascismo o el nazismo con los que se asocian emotivamente.

Racismo es, por tanto, un concepto cargado de diversos significados que deben ser cuidadosamente discriminados. Antes de proceder a delimitar la connotación del concepto, conviene, en primer lugar, definir lo que no es. Para ello, es útil examinar los campos semánticos donde se suele encontrar, en su acepción amplia, y diferenciarlo de otros fenómenos, normalmente relacionados, con los que habitualmente se confunde. En ese sentido indiferenciado, el término racismo se aplica indebidamente para referirse a i) cualquier forma de intolerancia, que suponga negación de derechos y lleve a violencia, discriminación u opresión de una minoría; en este caso, suele confundirse con la intolerancia o persecución política, religiosa, sexual, etc. ii) con cualquier forma de heterofobia, que lleve a la afirmación del grupo propio, y a la desconfianza, desprecio, rechazo, o miedo a lo diferente, confundiéndose aquí con el particularismo, etnocentrismo, etnofobia, xenofobia o incluso el machismo. iii) con cualquier forma de desigualdad, que lleve a la atribución de status diferencial a otros grupos en función de su pertenencia a una comunidad determinada, generando su explotación o segregación; aquí se confundiría con la desigualdad social, económica o jurídica y, iv) con cualquier modo de naturalizar las diferencias entre los grupos humanos, confundiéndose aquí con el nacionalismo o las formas extremas de relativismo cultural.

En los cuatro casos citados de uso lato del término, se llama racismo tanto a las ideas como a los comportamientos o prácticas sociales. La doctrina, o ideología, y la conducta, parecen ser las dos dimensiones del término más frecuentemente mencionadas, que se resumen en la distinción común entre racismo teórico y racismo espontáneo o prejuicio racial. Algunos autores como Taguieff (1988), señalan tres dimensiones del racismo: a) elaboraciones doctrinales e ideologías, b) prejuicios, opiniones y actitudes y c) conductas o prácticas (discriminación, segregación o violencia).

2. Utilizando estas tres dimensiones y la importancia que se les atribuye en las diferentes concepciones del racismo, se puede distinguir entre los autores cuyas definiciones han atendido sólo a la primera o segunda dimensión, y aquellos que incluyen las tres en una concepción global del fenómeno del racismo.

A) La concepción que considera que racismo debe designar exclusivamente a la doctrina, y no al comportamiento, y que ofrece unos criterios estrictos para considerar a una doctrina como racista: esta concepción del racismo se acerca a su acepción original a mediados del presente siglo. Algunos autores como Todorov (1989) admiten que se hable de racismo como comportamiento y racismo como doctrina precisa; el primero sería un fenómeno probablemente universal, y el segundo sería un fenómeno reciente, originado en Europa Occidental. Este autor señala cómo estas dos dimensiones no son necesariamente dependientes ni están siempre conjuntamente presentes. Para no confundirlos, este autor propone llamar racialismo al racismo como doctrina (Todorov, 1989: 113). La doctrina racista o racialismo es aquella elaboración intelectual relativa a la existencia y comportamiento de las razas humanas que se desarrolla desde mediados del siglo XVIII, al principio promovida por la ciencia natural, y más tarde acompañada por prácticamente todas las disciplinas del pensamiento y el saber humano, como biólogos, anatomistas, filósofos, teólogos o filólogos, que llega a su apogeo y derrumbe en el siglo XX al ser utilizada políticamente con nefastas consecuencias. Esta doctrina se origina con el contacto de los europeos con el Nuevo Mundo, y la necesidad de explicar la diversidad del grado de progreso entre los pueblos; más tarde, con el colonialismo e imperialismo (vid. Rich, 1990) y la necesidad de justificar la explotación de pueblos más atrasados, acompañados por el desarrollo de ciertas teorías biológicas y médicas, y de las disciplinas sociales. A veces se asocia a la búsqueda de los orígenes y otras a la creencia en la decadencia de la raza blanca y la necesidad de mantener su pureza. Autores clásicos que pueden mencionarse en esta tradición son, por ejemplo, A. de Gobineau con su obra Essai sur l'inegalité des races humaines (1852), H. S. Chamberlain Die Grundlagen des 19. Jahrhunderts (1899), y varios autores más como Renan, Taine, Le Bon, Wagner, etc. (vid. también Poliakov, 1974; Conze, 1990).

Esta doctrina racista o racialista se puede exponer, en su versión clásica y de forma típico-ideal, como un conjunto coherente de proposiciones (Todorov, cit.:114 y ss.): 1) existencia de las razas y deseo de su continuidad, que lleva al rechazo de las mezclas raciales, 2) continuidad entre lo físico y lo moral, lo que significa que a la división del mundo en razas corresponde una división en culturas, afirmándose que las diferencias físicas determinan las diferencias culturales, lo que implica además la transmisión hereditaria de lo psiquico y la imposibilidad de modificarlo por la educación. 3) el comportamiento del individuo depende en muy gran medida del grupo racial o cultural (étnico) al que pertenece; según Todorov, esta proposición no siempre es explícita, pero ¿por qué se habría de distinguir entre razas y culturas si se creyera que los hombres actuan determinados por su propia voluntad individual?; "el racialismo es, así pues, una doctrina de psicología colectiva por naturaleza hostil a la ideología individualista" (116). 4) jerarquía de razas, normalmente según una escala de valor única, etnocentrica, o sea, raramente la raza a la que pertenece el racista no se encuentra en la primera posición. 5) se debe poner en práctica una política que ponga al mundo en armonía con la descripción precedente. La teoría da lugar aquí a una práctica. Todas estas proposiciones forman la doctrina racista clásica, y la ausencia de alguna llevará a considerarla una versión revisionista. En el siglo XIX, por ejemplo, se sustituye la primera proposición por el concepto de cultura o etnia, pasándose del referente biológico al cultural, pero la doctrina sigue siendo similar; en el siglo XX se renuncia a la cuarta proposición sobre la jerarquía, sustituyendo la necesidad de valorar por el relativismo.

Con el lenguaje más contemporáneo de la genética, el antropólogo Levi-Strauss ha propuesto una definición biológica del racismo, en Race et histoire (1987) o en otras obras (Levi-Strauss, 1988, cit. en Aranzadi, 1991) define la doctrina racista a través de cuatro puntos, prácticamente paralelos a los de Todorov: 1) hay una correlación entre el patrimonio genético y las capacidades intelectuales y disposiciones morales, 2) ese patrimonio genético es común a todos los miembros de ese grupo, 3) esos grupos, llamados razas, se pueden jerarquizar en función de la calidad se su patrimonio genético, y 4) esas diferencias autorizan a las razas consideradas superiores a dominar, explotar y eventualmente a destruir a las otras.

La biología moderna y la genética han refutado la mayoría de las proposiciones de las dos doctrinas anteriores, negando no sólo la superioridad de unas razas sobre otras, sino la misma existencia de las razas en función de los genes. En nuestros días, la mayoría de las personas cultas consideran ridícula la pretensión de superioridad biológica de unas razas sobre otras. A pesar de todo ello, los prejuicios y los comportamientos racistas no han dejado de existir, ya que no dependen directamente de la existencia de la doctrina. Aranzadi (1991) ha cuestionado la utilidad de esta definición de racismo científico para explicar la persistencia de una ideología racista vulgar, que no se expresaría en términos genéticos y que parece inmune a la refutación científica. Para este autor lo que define al racismo, y en lo que coinciden las versiones cultas y vulgares, es el hecho de ser ambas "doctrinas o ideologías que postulan la existencia de una correlación necesaria, de carácter causal, entre determinadas características físicas, biológicas, sean estas cuales fueren, y ciertos rasgos culturales, de carácter intelectual y moral" (Aranzadi, 1991: 5). El racismo sería, desde esta perspectiva, una doctrina o ideología, y no una actitud o conducta, y además, una ideología biologista, es decir, que atribuye a la naturaleza un papel causal determinante en la conducta humana, y un valor discriminador entre los hombres (ibid.). Powell, en una línea semejante, que trata de explicar la persistencia de las creencias o actitudes raciales en Estados Unidos, ha definido el racismo, prescindiendo del factor biológico, como la "presunción de que los otros son inherentemente inferiores o desagradablemente diferentes en sus características, capacidades o comportamientos mentales o morales" (Powell, 1992: 3). Para este autor el racismo es un conjunto de creencias y actitudes, no de comportamientos. La discriminación o la explotación recurren al racismo para justificarse, pero no son aspectos del racismo en sí, sino en todo caso expresiones suyas.

En la mayoría de las doctrinas racistas, y consecuentemente en las definiciones de racismo, se ha superado, sin embargo, el componente biológico y jerárquico. Esto ha llevado a hablar de un racismo sin razas o neoracismo. Barker (1981) ha estudiado, en el contexto de la revisión ideológica del Partido Conservador británico, este nuevo racismo, que considera la inmigración como factor destructivo de la nación británica sosteniendo la idea de que cada comunidad nacional o étnica es una expresión específica de la naturaleza humana, ni superior ni inferior: diferente. En Francia, ideas parecidas han circulado en torno al Front National y apelan al derecho a la diferencia y a la identidad para oponerse a la inmigración y a la mezcla. Taguieff (1986) ha llamado a este racismo diferencialista. Este racismo está dispuesto a conceder la inexistencia de las razas, a prescindir de la creencia en la superioridad de unas sobre otras e implica una cierta novedad, algo paradójica, en el lenguaje, utilizando argumentos y retórica aparentemente igualitaria y antiracista. Como ha señalado Balibar (1988), es difícil de combatir, por dejar sin argumentos al tradicional antiracismo universalista. En este tipo de doctrina racista se suele sustituir la categoría de raza o etnia por la de inmigrante. Se ha considerado que lo que lo desvela, y define realmente como racismo, es su "naturalización" del comportamiento del hombre recurriendo al determinismo cultural, y su rechazo de la mezcla de culturas. Autores como Savater (1993: 24) han comparado este nuevo racismo con el antiguo: "Ambos fatalismos sociales (racismo biologista y determinismo culturalista) coinciden (...) en su visión anticonvencionalista y falsamente natural del orden comunitario, pero también en otro punto importante: su fobia al mestizaje. Los racistas y los hiperculturalistas proclaman siempre como ideal de la colectividad bien nacida el mantenimiento de la prístina pureza o su recuperación caso de que --como suele pasar-- se haya perdido". El análisis de este racismo diferencialista ha permitido, por otra parte, introducir en el análisis de las doctrinas racistas una distinción analítica entre dos lógicas distintas de racialización (racisation) (Taguieff, 1988). Estas se representarían por las dos secuencias: autoracialización-diferencia-purificación/depuración-exterminación en el caso del racismo identitario o diferencialista, y heteroracialización-desigualdad-dominación-explotación en el caso del racismo antiigualitario. Esta distinción es análoga a la ofrecida por los análisis semánticos y fenomenológicos entre racismo autoreferencial y racismo heteroreferencial. Por tanto, el racismo puede tener una o ambas de las dos lógicas de diferenciación o de subordinación dependiendo de su fuerza o presencia en una sociedad concreta y el nivel al que se produce.

B) La concepción que considera que el término racismo debe referirse a las tres dimensiones señaladas por ser un fenómeno social total (Balibar, 1988), de carácter polimórfico, que constituye un complejo que incluye discursos, representaciones, prácticas sociales, doctrinas académicas y movimientos políticos. Este síndrome tiene diferentes manifestaciones y también se ha hablado de neoracismo refiriéndose la relativa novedad de este conjunto articulado de factores en los últimos años de creciente inmigración y movimientos con ideas racistas en Europa.

Para autores como Balibar (1988: 18) los cambios en la doctrina o el lenguaje del racismo son secundarios." ¿Debemos atribuir mucha importancia a justificaciones que retienen la misma estructura (la negación de derechos) ya se muevan desde el lenguaje de la religión al de la ciencia, o desde el lenguaje de la biología a los discursos de la cultura o la historia, cuando en la práctica estas justificaciones llevan a los mismos actos de siempre?". Para otros, como C. Guillaumin (1972) la definición de racismo debe ser tan amplia como para incluir toda forma de exclusión y desprecio, tengan o no su fundamento en la biología. Así, esta autora incluye bajo el término racismo todas las formas de opresión de la minoría, que en una sociedad formalmente igualitaria llevan a la racialización de grupos sociales -étnicos, mujeres, homosexuales, enfermos mentales, subproletarios, etc.-- para poder analizar el mecanismo común de naturalización de las diferencias. El problema de una definición tan amplia, sin embargo, es que una tal categoría de racismo no puede dar cuenta de las diferentes experiencias históricas. Es problemático, por ejemplo, designar con el mismo concepto experiencias tan dispares como el genocidio nazi en los años cuarenta, y cualquier tipo de discriminación sexual actualmente en cualquier país.

Frente a estos problemas planteados por definiciones amplias del racismo, otros autores, aún considerando el racismo como un complejo de doctrinas, prejuicios y manifestaciones empíricas de estos, han optado por distinguir entre niveles y lógicas del racismo que les permitan dar cuenta de diferentes experiencias históricas. Así, se han ofrecido diversas tipologías del racismo (vid. Balibar y Wallerstein, 1988). Se ha distinguido, por ejemplo entre racismo interno y racismo externo, según el grupo racializado se encuentre dentro o fuera de las fronteras nacionales; entre racismo institucional y racismo sociológico, según participen más o menos las instituciones públicas en el mantenimiento de las doctrinas o la discriminación. Parecida y de gran relevancia es la distinción entre racismo político y no político o de estado y en el Estado, y, según la experiencia histórica, entre racismo de explotación y racismo de exterminio. El racismo político sería un rasgo peculiar de este siglo a partir de la I Guerra Mundial, y fue llevado a sus últimas consecuencias por el nazismo.


3. Tras analizar las diferentes definiciones del racismo, cabe examinar cómo ha sido éste explicado por las Ciencias Sociales. La explicación y el enfoque ha dependido de la definición adoptada del fenómeno, y ésta ha evolucionando a su vez a lo largo del siglo. Antes que del racismo propiamente, las ciencias sociales modernas se ocuparon en un principio de estudiar las diferencias entre las razas y sus conflictos, atendiendo más, por tanto, a los comportamientos, prejuicios, o situación de los grupos raciales. A veces, la sociología de las razas y del racismo, ante la observación de la desigualdad y la extensión del prejuicio ha mostrado una posición o intención práctica, de integración, asimilación o superación de los conflictos raciales. Un debate que ha recorrido la discusión científico-social del tema, es el de la relevancia del término raza para la sociología. Normalmente, los sociólogos modernos han utilizado el concepto de raza siendo conscientes de su carácter construido, cultural e histórico. La mayoría de ellos ha dejado, (al igual que los sociologos de la religión no discuten la existencia de Dios), la discusión sobre la existencia de las razas a los biólogos y antropólogos físicos. En el siglo XIX, varias disciplinas sociales premodernas habían contribuido a la elaboración de la teoría de las razas y a la comprobación de su validez. La raza como criterio de diferenciación y como factor explicativo del comportamiento humano y social era una verdad extendida como científica en el siglo XIX. En el siglo XX, gran parte de los esfuerzos de la antropología, la psicología o la sociología han ido encaminados a refutar la validez de la raza como factor con valor explicativo de la Historia o la evolución social. Algunos de los padres fundadores de la sociología moderna, como Tocqueville, Durkheim o Weber, rechazaron el valor explicativo de la raza y negaron validez a las doctrinas racistas comunes en su época. En Economía y Sociedad, Weber propone, en la misma línea originada por Tocqueville al abordar el problema de los negros en Estado Unidos, un análisis del racismo de los poor white trash, "los blancos pobres de los estados del Sur que, cuando escaseaba el trabajo libre, llevaban una existencia miserable, fueron en la época de la esclavitud los verdaderos inventores de la antipatía racial, ajena a los mismos plantadores, porque su "honor" étnico dependía del desclasamiento de los negros" (p. 239). Weber señala, además un vínculo entre comunidad y pertenencia racial, y resalta el carácter inventado de la raza: no hay raza sin conciencia de raza, y ésta se basa siempre en una pertenencia comunitaria que puede llevar al miedo, al desprecio o a la segregación entre grupos definidos como raciales. Aunque Durkheim no trata directamente el problema, con su opinión sobre las causas del antisemitismo como fruto de la necesidad de encontrar un grupo sobre el que descargar los males del funcionamiento social, o mecanismo del chivo expiatorio o bouc émissaire, inaugura toda una tradición de enfoques que utilizarán este mecanismo en su explicación, como lo harán, por ejemplo, algunos escritos de Freud.

Como ha señalado Wieviorka (1990), estas dos interpretaciones, la de los poor white trash y la del bouc emissaire simbolizan los dos enfoques sociológicos principales en el estudio y explicación del racismo que se han desarrollado desde los años veinte a los años sesenta de este siglo. En la primera de ellas, la llamada racial relations, se centra en el sistema social y en la interacción entre los grupos, su competencia o su conflicto. El racismo y los comportamientos discriminatorios se explicarían como justificación ideológica, usada instrumentalmente por ciertos grupos en función de su posición en el sistema de relaciones raciales; en este sentido, los grupos dominantes tratarán de evitar la competencia de los otros o justificar su situación de privilegio. El segundo enfoque, el del prejuicio racial o de las castas, considera el racismo como un problema del actor racista, más que del sistema; el racismo no depende necesariamente de la experiencia vivida por las personas en su interacción con otras razas sino que es independiente de ella. Existe, más bien, como fenómeno propio de la personalidad de algunos individuos.

En la tradición de las racial relations cabe mencionar los trabajos pioneros de los sociólogos de la llamada Escuela de Chicago, destacando Robert Park. Este lleva a cabo toda una serie de estudios centrados en la inmigración, la segregación espacial y social, la situación de los negros en las grandes ciudades, las posibilidades de asimilación y la extensión de los prejuicios (vid. Park: Race and Culture, 1950). Un estudio clásico, que sigue de alguna forma esa tradición, es el estudio monumental de Gunnar Myrdal An American Dilemma. The Negro Problem and Modern Democracy de 1944, que tras un estudio sistemático de la situación de los negros en Estados Unidos interpreta el racismo como un problema moral, en el corazón de los americanos, por la contradicción entre el llamado American creed y los valores cristianos, por una parte, y la ideología individualista y competitiva presente en la sociedad americana, por otra. Para este autor, la situación de los negros no es irreversible, y hay posibilidades de asimilación. Todos estos estudios han sido criticados, en parte por algunos de sus supuestos ideológicos y por su incapacidad de explicar algunas manifestaciones históricas del racismo como, por ejemplo, el antisemitismo en Europa. Otros estudios que han criticado el enfoque de las relaciones raciales en sus versiones tradicionales han sido los basados en un enfoque marxista, sobre todo a partir de los años sesenta. Los temas investigados por este enfoque han sido varios: la cuestión del vínculo entre las relaciones de clase y el racismo, la influencia del racismo en la estructura de la clase obrera y en la dinámica de la lucha de clases, la función del Estado en los temas raciales o los procesos de producción y reproducción de la ideología racista. Un ejemplo de enfoque marxista es el de Miles (1982), que considera al racismo como parte integrante del proceso de acumulación y como encubridor de relaciones de explotación y dominación (vid. Solomos, 1993).

Una línea paralela de estudios basados en el prejuicio racial, a partir de los años cuarenta y tras la experiencia de la II Guerra Mundial, considera que hay una relación entre el prejuicio y algunos tipos individuales de personalidad. Son clasicos de este enfoque psicológico-social la obra de W. Allport sobre el prejuicio de 1954 (Allport, 1987) o los estudios dirigidos por T. Adorno The Authoritarian Personality, de 1950. Este último sostiene que las convicciones sociales, económicas o políticas de un individuo forman una pauta global que es expresión de tendencias profundas de la personalidad formadas en la infancia. El racismo corresponde al tipo de personalidad autoritaria. Por eso el racismo se puede explicar sin hacer referencia alguna a la realidad de las relaciones raciales. También ha habido, por otra parte, una tradición de interpretaciones psicoanalíticas del racismo como incapacidad del ego para manejar la diferencia o la presencia del Otro (vid. Kristeva, 1988).

Una tercera línea de estudio del racismo, presente en la ciencia política o en la antropología, ha sido su consideración como ideología política o como construcción y expresión de mitos. Representativo de la consideración ideológica es la obra de H. Arendt The Origins of Totalitarianism de 1951, que trata de estudiar los orígenes de la ideología racista en los tres países en que se originó, Francia, Inglaterra y Alemania en función de los intereses de las clases dominantes u otros grupos sociales. El antropólogo L. Dumont (1983), considera la ideología racista como un fenómeno que acompaña a la Modernidad como reacción al igualitarismo e individualismo entre ciertos grupos opuestos a la modernización. Guillaumin (1972) también ha estudiado el racismo como una ideología. Poliakov, autor de una monumental Histoire de l'antisemitisme (1955-1977), propone interpretar más adecuadamente el racismo refiriéndose a él como un mito (vid. Poliakov, 1974). La diferencia entre las nociones de ideología y mito consisten en que, en el primer caso se resalta la función de justificación y racionalización de los actos racistas, en el segundo, se destaca el mecanismo de unificación imaginaria de elementos diversos y contradictorios en una representación única.

Recientemente se han dado intentos de superar las limitaciones de cada uno de los tres enfoques señalados que tomen, por tanto, en consideración tanto el sistema social, como el actor social, como las ideas o mitos racistas. Un buen ejemplo es el de M. Wieviorka (1990) que ha tratado de establecer la existencia de diferentes niveles de racismo, teniendo en cuenta la interacción de las doctrinas y lo que este autor llama formas elementales del racismo, o sea, el prejuicio, la discriminación, la segregación y la violencia. Según la presencia o ausencia de estos elementos, y su mayor o menor articulación a nivel político, pueden distinguirse cuatro niveles: infraracismo, racismo en brotes (eclaté), racismo polítizado, y racismo estatal (vid. Wieviorka, 1990). Por último, en años recientes han proliferado los estudios con enfoques novedosos relacionados con el análisis de los discursos racistas (Wetherell y Potter, 1992), la relación entre raza y genero, la situación de los inmigrantes y las políticas públicas puestas en práctica para mejorarla (vid. Solomos, 1989), o incontables estudios sobre las relaciones entre racismo, nacionalismo, comunitarismo o etnicidad.


Racismo, discriminación, democratización por Martín Tanaka



En los últimos días he estado comentando sobre temas relacionados al racismo y la discriminación en nuestro país. Se me quedaron algunas cosas por decir, que propongo a manera de hipótesis muy iniciales, para seguirlas pensando y trabajando. Con esto termino por ahora con este asunto, para no hacer monotemático a este blog...

Venimos de una tradición histórica racista, qué duda cabe. Sin embargo, las cosas nunca fueron tan esquemáticas como alguna gente piensa: algo que es totalmente equivocado es caer en cierto sentido común, en el que caen muchos extranjeros bien intencionados, que es pensar que en el Perú hay 500 años de opresión de una población indígena mayoritaria por una minoría blanca. En realidad, ni la población indígena ni la población blanca fueron homogéneas en el Perú; y siempre hubo alianzas variables entre sectores sectores indígenas y sectores blancos y criollos. Más adelante, tendremos que tanto a lo largo de la colonia, como durante la república, hubo una legislación que protegió a la población indígena, así como procesos que favorecieron una integración y un mestizaje, más que en otras latitudes. Así, hasta mediados del siglo XIX existía una élite indígena relativamente fuerte, próspera, con poder, integrada a circuitos económicos dinámicos. Recién es hacia finales del siglo XIX que se da esa imagen de un mundo indígena rural débil, inerme, explotado, olvidado, por las élites criollas-oligárquicas.

Pero luego, tenemos que en el siglo XX, desde la década de los años cuarenta, ocurrió una rebelión popular, expresada en la migración, que cuestionó la exclusión del indígena y del mestizaje criollo, que democratiza el país a través de lo que Quijano llamó "cholificación", una nueva forma de mestizaje, más inclusivo. Ciertamente se trató de una estrategia defensiva, no fue por el lado de la reivindicación de la identidad indígena, pero se trató de un mestizaje más inclusivo que el propuesto por las élites. Sobre estos temas recomiendo que vean "Las sociedades interculturales: un desafío para el siglo XXI", de Fernando García, coordinador, FLACSO Quito, 2000, especialmente el trabajo de Sinesio López, referido al caso peruano. Este proceso de democratización "chola" tuvo su punto político más alto en las reformas del Gral. Velasco.

Yo soy de los que piensa que durante las últimas décadas el cambio cultural y las actitudes en cuanto al tema racial han sufrido una revolución, básicamente porque "los de abajo" ya no aceptan más la autoridad de "los de arriba". Algo nuevo que quisiera añadir es una idea que de alguna manera me viene sugerida por Cecilia Méndez.


Esta democratización chola, siguió avanzando, con dificultades, en medio de las múltiples crisis y la violencia que nos tocó vivir en la década de los años 80. En los últimos años, sin embargo, perdió algo de su filo democratizador, y tenemos así una democratización que siguió pero de manera caótica, medio achorada, de un futuro incierto.

Pero desde entonces, algunos sectores de las élites han iniciado una suerte de "reacción": que prospera en un contexto de derrota de Sendero Luminoso (ojo que tanto Sendero como algunos miembros del ejército masacran a población rural de origen indígena); más adelante, de desaparición de la izquierda, de consolidación del sentido común del fujimorismo, de hegemonía de la sociedad "neoliberal", de predominio del mercado, de crecimiento económico y relativa prosperidad para algunos sectores.
Así, han ido surgiendo nuevas formas de discriminación, que no son abiertamente racistas, pero que nos remiten a esa tradición. Las nuevas tienen que ver más con factores sociales y económicos, dentro de las cuales entran también elementos como la moda, la cultura, el "buen gusto", etc. Expresan el sentir de élites que no se reconocen en el país, en un ambiente de prosperidad en el que se sienten "seguros". Aunque se asustaron un poco con Humala.

Por esto, lo del "operativo empleada audaz", el cierre temporal de "Café del Mar", las denuncias por discriminación en "La Sede", el debate sobre el afiche del festival de cine de la PUC, etc., a pesar de que nos remiten a espacios de élite, me parecen que plantean temas importantes. De otro lado, el país mayoritario sigue tratando de hacerse camino, por sus propios medios, claro está, muy al margen de todo esto.

Termino recomendando la lectura de un texto reciente de Paulo Drinot, sobre los debates en torno al Monumento "El ojo que llora", aparecido en el último Hueso Húmero. A su manera ilustra varios de los desencuentros del país, tanto de unas élites para las cuales el problema del conflicto armado debería simplemente olvidarse, como de sectores "progresistas" que no han logrado que su discurso tenga repercusión más allá de reducidos círculos universitarios.