El término racismo tiene, en sentido estricto, un origen y contenido bien definidos. Sin embargo, en los ultimos decenios se han desprendido de su uso múltiples acepciones, que hacen su definición objeto de desacuerdo por la variedad de fenómenos a los que se aplica en la práctica.
1. El término surge a mediados del presente siglo comúnmente asociado, de forma peyorativa, a las doctrinas y la práxis del régimen nacionalsocialista alemán relativas a la superioridad de unas razas sobre las demás. El término racismo (racism, racisme, Rassismus, razzismo) se extiende desde el inglés y el francés a las otras lenguas europeas tras la Segunda Guerra Mundial, en el contexto de la derrota del nacionalsocialismo y el conocimiento del exterminio sistemático de los judios europeos. Su uso supone, por tanto, una condena a la ideología y la práctica racial de los nazis y coincide con el abandono del término raza en cualquier acepción asociada a la política o la Historia (Vid. Conze, 1990). Una de las primeras veces que el término se encuentra en circulos académicos, en un sentido concreto, para referirse al dogma sobre la superioridad de unas razas sobre otras, es en la obra de la antropóloga R. Benedict Race and Racism (1942). En los años siguientes, el término se irá asociando a otras experiencias, como la segregación racial en el sur de Estados Unidos o el régimen de Apartheid en Sudafrica. A partir de los años sesenta, el término sufre, como ha señalado Miles (1989) un proceso de inflación conceptual.
En un sentido amplio, y utilizando el término de un modo retroactivo y a veces confuso, se ha hablado de racismo, por analogía o extensión, en tiempos en que este no existía en ningún sentido estricto. Se oye hablar, así, de racismo de los griegos o los romanos, racismo de clase en el feudalismo, racismo de género, racismo contra los pobres, etc. Por otra parte, también se utiliza el término, indiscriminadamente, como insulto, en el enfrentamiento político o ideológico, al evocarse con su uso fenómenos como el fascismo o el nazismo con los que se asocian emotivamente.
Racismo es, por tanto, un concepto cargado de diversos significados que deben ser cuidadosamente discriminados. Antes de proceder a delimitar la connotación del concepto, conviene, en primer lugar, definir lo que no es. Para ello, es útil examinar los campos semánticos donde se suele encontrar, en su acepción amplia, y diferenciarlo de otros fenómenos, normalmente relacionados, con los que habitualmente se confunde. En ese sentido indiferenciado, el término racismo se aplica indebidamente para referirse a i) cualquier forma de intolerancia, que suponga negación de derechos y lleve a violencia, discriminación u opresión de una minoría; en este caso, suele confundirse con la intolerancia o persecución política, religiosa, sexual, etc. ii) con cualquier forma de heterofobia, que lleve a la afirmación del grupo propio, y a la desconfianza, desprecio, rechazo, o miedo a lo diferente, confundiéndose aquí con el particularismo, etnocentrismo, etnofobia, xenofobia o incluso el machismo. iii) con cualquier forma de desigualdad, que lleve a la atribución de status diferencial a otros grupos en función de su pertenencia a una comunidad determinada, generando su explotación o segregación; aquí se confundiría con la desigualdad social, económica o jurídica y, iv) con cualquier modo de naturalizar las diferencias entre los grupos humanos, confundiéndose aquí con el nacionalismo o las formas extremas de relativismo cultural.
En los cuatro casos citados de uso lato del término, se llama racismo tanto a las ideas como a los comportamientos o prácticas sociales. La doctrina, o ideología, y la conducta, parecen ser las dos dimensiones del término más frecuentemente mencionadas, que se resumen en la distinción común entre racismo teórico y racismo espontáneo o prejuicio racial. Algunos autores como Taguieff (1988), señalan tres dimensiones del racismo: a) elaboraciones doctrinales e ideologías, b) prejuicios, opiniones y actitudes y c) conductas o prácticas (discriminación, segregación o violencia).
2. Utilizando estas tres dimensiones y la importancia que se les atribuye en las diferentes concepciones del racismo, se puede distinguir entre los autores cuyas definiciones han atendido sólo a la primera o segunda dimensión, y aquellos que incluyen las tres en una concepción global del fenómeno del racismo.
A) La concepción que considera que racismo debe designar exclusivamente a la doctrina, y no al comportamiento, y que ofrece unos criterios estrictos para considerar a una doctrina como racista: esta concepción del racismo se acerca a su acepción original a mediados del presente siglo. Algunos autores como Todorov (1989) admiten que se hable de racismo como comportamiento y racismo como doctrina precisa; el primero sería un fenómeno probablemente universal, y el segundo sería un fenómeno reciente, originado en Europa Occidental. Este autor señala cómo estas dos dimensiones no son necesariamente dependientes ni están siempre conjuntamente presentes. Para no confundirlos, este autor propone llamar racialismo al racismo como doctrina (Todorov, 1989: 113). La doctrina racista o racialismo es aquella elaboración intelectual relativa a la existencia y comportamiento de las razas humanas que se desarrolla desde mediados del siglo XVIII, al principio promovida por la ciencia natural, y más tarde acompañada por prácticamente todas las disciplinas del pensamiento y el saber humano, como biólogos, anatomistas, filósofos, teólogos o filólogos, que llega a su apogeo y derrumbe en el siglo XX al ser utilizada políticamente con nefastas consecuencias. Esta doctrina se origina con el contacto de los europeos con el Nuevo Mundo, y la necesidad de explicar la diversidad del grado de progreso entre los pueblos; más tarde, con el colonialismo e imperialismo (vid. Rich, 1990) y la necesidad de justificar la explotación de pueblos más atrasados, acompañados por el desarrollo de ciertas teorías biológicas y médicas, y de las disciplinas sociales. A veces se asocia a la búsqueda de los orígenes y otras a la creencia en la decadencia de la raza blanca y la necesidad de mantener su pureza. Autores clásicos que pueden mencionarse en esta tradición son, por ejemplo, A. de Gobineau con su obra Essai sur l'inegalité des races humaines (1852), H. S. Chamberlain Die Grundlagen des 19. Jahrhunderts (1899), y varios autores más como Renan, Taine, Le Bon, Wagner, etc. (vid. también Poliakov, 1974; Conze, 1990).
Esta doctrina racista o racialista se puede exponer, en su versión clásica y de forma típico-ideal, como un conjunto coherente de proposiciones (Todorov, cit.:114 y ss.): 1) existencia de las razas y deseo de su continuidad, que lleva al rechazo de las mezclas raciales, 2) continuidad entre lo físico y lo moral, lo que significa que a la división del mundo en razas corresponde una división en culturas, afirmándose que las diferencias físicas determinan las diferencias culturales, lo que implica además la transmisión hereditaria de lo psiquico y la imposibilidad de modificarlo por la educación. 3) el comportamiento del individuo depende en muy gran medida del grupo racial o cultural (étnico) al que pertenece; según Todorov, esta proposición no siempre es explícita, pero ¿por qué se habría de distinguir entre razas y culturas si se creyera que los hombres actuan determinados por su propia voluntad individual?; "el racialismo es, así pues, una doctrina de psicología colectiva por naturaleza hostil a la ideología individualista" (116). 4) jerarquía de razas, normalmente según una escala de valor única, etnocentrica, o sea, raramente la raza a la que pertenece el racista no se encuentra en la primera posición. 5) se debe poner en práctica una política que ponga al mundo en armonía con la descripción precedente. La teoría da lugar aquí a una práctica. Todas estas proposiciones forman la doctrina racista clásica, y la ausencia de alguna llevará a considerarla una versión revisionista. En el siglo XIX, por ejemplo, se sustituye la primera proposición por el concepto de cultura o etnia, pasándose del referente biológico al cultural, pero la doctrina sigue siendo similar; en el siglo XX se renuncia a la cuarta proposición sobre la jerarquía, sustituyendo la necesidad de valorar por el relativismo.
Con el lenguaje más contemporáneo de la genética, el antropólogo Levi-Strauss ha propuesto una definición biológica del racismo, en Race et histoire (1987) o en otras obras (Levi-Strauss, 1988, cit. en Aranzadi, 1991) define la doctrina racista a través de cuatro puntos, prácticamente paralelos a los de Todorov: 1) hay una correlación entre el patrimonio genético y las capacidades intelectuales y disposiciones morales, 2) ese patrimonio genético es común a todos los miembros de ese grupo, 3) esos grupos, llamados razas, se pueden jerarquizar en función de la calidad se su patrimonio genético, y 4) esas diferencias autorizan a las razas consideradas superiores a dominar, explotar y eventualmente a destruir a las otras.
La biología moderna y la genética han refutado la mayoría de las proposiciones de las dos doctrinas anteriores, negando no sólo la superioridad de unas razas sobre otras, sino la misma existencia de las razas en función de los genes. En nuestros días, la mayoría de las personas cultas consideran ridícula la pretensión de superioridad biológica de unas razas sobre otras. A pesar de todo ello, los prejuicios y los comportamientos racistas no han dejado de existir, ya que no dependen directamente de la existencia de la doctrina. Aranzadi (1991) ha cuestionado la utilidad de esta definición de racismo científico para explicar la persistencia de una ideología racista vulgar, que no se expresaría en términos genéticos y que parece inmune a la refutación científica. Para este autor lo que define al racismo, y en lo que coinciden las versiones cultas y vulgares, es el hecho de ser ambas "doctrinas o ideologías que postulan la existencia de una correlación necesaria, de carácter causal, entre determinadas características físicas, biológicas, sean estas cuales fueren, y ciertos rasgos culturales, de carácter intelectual y moral" (Aranzadi, 1991: 5). El racismo sería, desde esta perspectiva, una doctrina o ideología, y no una actitud o conducta, y además, una ideología biologista, es decir, que atribuye a la naturaleza un papel causal determinante en la conducta humana, y un valor discriminador entre los hombres (ibid.). Powell, en una línea semejante, que trata de explicar la persistencia de las creencias o actitudes raciales en Estados Unidos, ha definido el racismo, prescindiendo del factor biológico, como la "presunción de que los otros son inherentemente inferiores o desagradablemente diferentes en sus características, capacidades o comportamientos mentales o morales" (Powell, 1992: 3). Para este autor el racismo es un conjunto de creencias y actitudes, no de comportamientos. La discriminación o la explotación recurren al racismo para justificarse, pero no son aspectos del racismo en sí, sino en todo caso expresiones suyas.
En la mayoría de las doctrinas racistas, y consecuentemente en las definiciones de racismo, se ha superado, sin embargo, el componente biológico y jerárquico. Esto ha llevado a hablar de un racismo sin razas o neoracismo. Barker (1981) ha estudiado, en el contexto de la revisión ideológica del Partido Conservador británico, este nuevo racismo, que considera la inmigración como factor destructivo de la nación británica sosteniendo la idea de que cada comunidad nacional o étnica es una expresión específica de la naturaleza humana, ni superior ni inferior: diferente. En Francia, ideas parecidas han circulado en torno al Front National y apelan al derecho a la diferencia y a la identidad para oponerse a la inmigración y a la mezcla. Taguieff (1986) ha llamado a este racismo diferencialista. Este racismo está dispuesto a conceder la inexistencia de las razas, a prescindir de la creencia en la superioridad de unas sobre otras e implica una cierta novedad, algo paradójica, en el lenguaje, utilizando argumentos y retórica aparentemente igualitaria y antiracista. Como ha señalado Balibar (1988), es difícil de combatir, por dejar sin argumentos al tradicional antiracismo universalista. En este tipo de doctrina racista se suele sustituir la categoría de raza o etnia por la de inmigrante. Se ha considerado que lo que lo desvela, y define realmente como racismo, es su "naturalización" del comportamiento del hombre recurriendo al determinismo cultural, y su rechazo de la mezcla de culturas. Autores como Savater (1993: 24) han comparado este nuevo racismo con el antiguo: "Ambos fatalismos sociales (racismo biologista y determinismo culturalista) coinciden (...) en su visión anticonvencionalista y falsamente natural del orden comunitario, pero también en otro punto importante: su fobia al mestizaje. Los racistas y los hiperculturalistas proclaman siempre como ideal de la colectividad bien nacida el mantenimiento de la prístina pureza o su recuperación caso de que --como suele pasar-- se haya perdido". El análisis de este racismo diferencialista ha permitido, por otra parte, introducir en el análisis de las doctrinas racistas una distinción analítica entre dos lógicas distintas de racialización (racisation) (Taguieff, 1988). Estas se representarían por las dos secuencias: autoracialización-diferencia-purificación/depuración-exterminación en el caso del racismo identitario o diferencialista, y heteroracialización-desigualdad-dominación-explotación en el caso del racismo antiigualitario. Esta distinción es análoga a la ofrecida por los análisis semánticos y fenomenológicos entre racismo autoreferencial y racismo heteroreferencial. Por tanto, el racismo puede tener una o ambas de las dos lógicas de diferenciación o de subordinación dependiendo de su fuerza o presencia en una sociedad concreta y el nivel al que se produce.
B) La concepción que considera que el término racismo debe referirse a las tres dimensiones señaladas por ser un fenómeno social total (Balibar, 1988), de carácter polimórfico, que constituye un complejo que incluye discursos, representaciones, prácticas sociales, doctrinas académicas y movimientos políticos. Este síndrome tiene diferentes manifestaciones y también se ha hablado de neoracismo refiriéndose la relativa novedad de este conjunto articulado de factores en los últimos años de creciente inmigración y movimientos con ideas racistas en Europa.
Para autores como Balibar (1988: 18) los cambios en la doctrina o el lenguaje del racismo son secundarios." ¿Debemos atribuir mucha importancia a justificaciones que retienen la misma estructura (la negación de derechos) ya se muevan desde el lenguaje de la religión al de la ciencia, o desde el lenguaje de la biología a los discursos de la cultura o la historia, cuando en la práctica estas justificaciones llevan a los mismos actos de siempre?". Para otros, como C. Guillaumin (1972) la definición de racismo debe ser tan amplia como para incluir toda forma de exclusión y desprecio, tengan o no su fundamento en la biología. Así, esta autora incluye bajo el término racismo todas las formas de opresión de la minoría, que en una sociedad formalmente igualitaria llevan a la racialización de grupos sociales -étnicos, mujeres, homosexuales, enfermos mentales, subproletarios, etc.-- para poder analizar el mecanismo común de naturalización de las diferencias. El problema de una definición tan amplia, sin embargo, es que una tal categoría de racismo no puede dar cuenta de las diferentes experiencias históricas. Es problemático, por ejemplo, designar con el mismo concepto experiencias tan dispares como el genocidio nazi en los años cuarenta, y cualquier tipo de discriminación sexual actualmente en cualquier país.
Frente a estos problemas planteados por definiciones amplias del racismo, otros autores, aún considerando el racismo como un complejo de doctrinas, prejuicios y manifestaciones empíricas de estos, han optado por distinguir entre niveles y lógicas del racismo que les permitan dar cuenta de diferentes experiencias históricas. Así, se han ofrecido diversas tipologías del racismo (vid. Balibar y Wallerstein, 1988). Se ha distinguido, por ejemplo entre racismo interno y racismo externo, según el grupo racializado se encuentre dentro o fuera de las fronteras nacionales; entre racismo institucional y racismo sociológico, según participen más o menos las instituciones públicas en el mantenimiento de las doctrinas o la discriminación. Parecida y de gran relevancia es la distinción entre racismo político y no político o de estado y en el Estado, y, según la experiencia histórica, entre racismo de explotación y racismo de exterminio. El racismo político sería un rasgo peculiar de este siglo a partir de la I Guerra Mundial, y fue llevado a sus últimas consecuencias por el nazismo.
3. Tras analizar las diferentes definiciones del racismo, cabe examinar cómo ha sido éste explicado por las Ciencias Sociales. La explicación y el enfoque ha dependido de la definición adoptada del fenómeno, y ésta ha evolucionando a su vez a lo largo del siglo. Antes que del racismo propiamente, las ciencias sociales modernas se ocuparon en un principio de estudiar las diferencias entre las razas y sus conflictos, atendiendo más, por tanto, a los comportamientos, prejuicios, o situación de los grupos raciales. A veces, la sociología de las razas y del racismo, ante la observación de la desigualdad y la extensión del prejuicio ha mostrado una posición o intención práctica, de integración, asimilación o superación de los conflictos raciales. Un debate que ha recorrido la discusión científico-social del tema, es el de la relevancia del término raza para la sociología. Normalmente, los sociólogos modernos han utilizado el concepto de raza siendo conscientes de su carácter construido, cultural e histórico. La mayoría de ellos ha dejado, (al igual que los sociologos de la religión no discuten la existencia de Dios), la discusión sobre la existencia de las razas a los biólogos y antropólogos físicos. En el siglo XIX, varias disciplinas sociales premodernas habían contribuido a la elaboración de la teoría de las razas y a la comprobación de su validez. La raza como criterio de diferenciación y como factor explicativo del comportamiento humano y social era una verdad extendida como científica en el siglo XIX. En el siglo XX, gran parte de los esfuerzos de la antropología, la psicología o la sociología han ido encaminados a refutar la validez de la raza como factor con valor explicativo de la Historia o la evolución social. Algunos de los padres fundadores de la sociología moderna, como Tocqueville, Durkheim o Weber, rechazaron el valor explicativo de la raza y negaron validez a las doctrinas racistas comunes en su época. En Economía y Sociedad, Weber propone, en la misma línea originada por Tocqueville al abordar el problema de los negros en Estado Unidos, un análisis del racismo de los poor white trash, "los blancos pobres de los estados del Sur que, cuando escaseaba el trabajo libre, llevaban una existencia miserable, fueron en la época de la esclavitud los verdaderos inventores de la antipatía racial, ajena a los mismos plantadores, porque su "honor" étnico dependía del desclasamiento de los negros" (p. 239). Weber señala, además un vínculo entre comunidad y pertenencia racial, y resalta el carácter inventado de la raza: no hay raza sin conciencia de raza, y ésta se basa siempre en una pertenencia comunitaria que puede llevar al miedo, al desprecio o a la segregación entre grupos definidos como raciales. Aunque Durkheim no trata directamente el problema, con su opinión sobre las causas del antisemitismo como fruto de la necesidad de encontrar un grupo sobre el que descargar los males del funcionamiento social, o mecanismo del chivo expiatorio o bouc émissaire, inaugura toda una tradición de enfoques que utilizarán este mecanismo en su explicación, como lo harán, por ejemplo, algunos escritos de Freud.
Como ha señalado Wieviorka (1990), estas dos interpretaciones, la de los poor white trash y la del bouc emissaire simbolizan los dos enfoques sociológicos principales en el estudio y explicación del racismo que se han desarrollado desde los años veinte a los años sesenta de este siglo. En la primera de ellas, la llamada racial relations, se centra en el sistema social y en la interacción entre los grupos, su competencia o su conflicto. El racismo y los comportamientos discriminatorios se explicarían como justificación ideológica, usada instrumentalmente por ciertos grupos en función de su posición en el sistema de relaciones raciales; en este sentido, los grupos dominantes tratarán de evitar la competencia de los otros o justificar su situación de privilegio. El segundo enfoque, el del prejuicio racial o de las castas, considera el racismo como un problema del actor racista, más que del sistema; el racismo no depende necesariamente de la experiencia vivida por las personas en su interacción con otras razas sino que es independiente de ella. Existe, más bien, como fenómeno propio de la personalidad de algunos individuos.
En la tradición de las racial relations cabe mencionar los trabajos pioneros de los sociólogos de la llamada Escuela de Chicago, destacando Robert Park. Este lleva a cabo toda una serie de estudios centrados en la inmigración, la segregación espacial y social, la situación de los negros en las grandes ciudades, las posibilidades de asimilación y la extensión de los prejuicios (vid. Park: Race and Culture, 1950). Un estudio clásico, que sigue de alguna forma esa tradición, es el estudio monumental de Gunnar Myrdal An American Dilemma. The Negro Problem and Modern Democracy de 1944, que tras un estudio sistemático de la situación de los negros en Estados Unidos interpreta el racismo como un problema moral, en el corazón de los americanos, por la contradicción entre el llamado American creed y los valores cristianos, por una parte, y la ideología individualista y competitiva presente en la sociedad americana, por otra. Para este autor, la situación de los negros no es irreversible, y hay posibilidades de asimilación. Todos estos estudios han sido criticados, en parte por algunos de sus supuestos ideológicos y por su incapacidad de explicar algunas manifestaciones históricas del racismo como, por ejemplo, el antisemitismo en Europa. Otros estudios que han criticado el enfoque de las relaciones raciales en sus versiones tradicionales han sido los basados en un enfoque marxista, sobre todo a partir de los años sesenta. Los temas investigados por este enfoque han sido varios: la cuestión del vínculo entre las relaciones de clase y el racismo, la influencia del racismo en la estructura de la clase obrera y en la dinámica de la lucha de clases, la función del Estado en los temas raciales o los procesos de producción y reproducción de la ideología racista. Un ejemplo de enfoque marxista es el de Miles (1982), que considera al racismo como parte integrante del proceso de acumulación y como encubridor de relaciones de explotación y dominación (vid. Solomos, 1993).
Una línea paralela de estudios basados en el prejuicio racial, a partir de los años cuarenta y tras la experiencia de la II Guerra Mundial, considera que hay una relación entre el prejuicio y algunos tipos individuales de personalidad. Son clasicos de este enfoque psicológico-social la obra de W. Allport sobre el prejuicio de 1954 (Allport, 1987) o los estudios dirigidos por T. Adorno The Authoritarian Personality, de 1950. Este último sostiene que las convicciones sociales, económicas o políticas de un individuo forman una pauta global que es expresión de tendencias profundas de la personalidad formadas en la infancia. El racismo corresponde al tipo de personalidad autoritaria. Por eso el racismo se puede explicar sin hacer referencia alguna a la realidad de las relaciones raciales. También ha habido, por otra parte, una tradición de interpretaciones psicoanalíticas del racismo como incapacidad del ego para manejar la diferencia o la presencia del Otro (vid. Kristeva, 1988).
Una tercera línea de estudio del racismo, presente en la ciencia política o en la antropología, ha sido su consideración como ideología política o como construcción y expresión de mitos. Representativo de la consideración ideológica es la obra de H. Arendt The Origins of Totalitarianism de 1951, que trata de estudiar los orígenes de la ideología racista en los tres países en que se originó, Francia, Inglaterra y Alemania en función de los intereses de las clases dominantes u otros grupos sociales. El antropólogo L. Dumont (1983), considera la ideología racista como un fenómeno que acompaña a la Modernidad como reacción al igualitarismo e individualismo entre ciertos grupos opuestos a la modernización. Guillaumin (1972) también ha estudiado el racismo como una ideología. Poliakov, autor de una monumental Histoire de l'antisemitisme (1955-1977), propone interpretar más adecuadamente el racismo refiriéndose a él como un mito (vid. Poliakov, 1974). La diferencia entre las nociones de ideología y mito consisten en que, en el primer caso se resalta la función de justificación y racionalización de los actos racistas, en el segundo, se destaca el mecanismo de unificación imaginaria de elementos diversos y contradictorios en una representación única.
Recientemente se han dado intentos de superar las limitaciones de cada uno de los tres enfoques señalados que tomen, por tanto, en consideración tanto el sistema social, como el actor social, como las ideas o mitos racistas. Un buen ejemplo es el de M. Wieviorka (1990) que ha tratado de establecer la existencia de diferentes niveles de racismo, teniendo en cuenta la interacción de las doctrinas y lo que este autor llama formas elementales del racismo, o sea, el prejuicio, la discriminación, la segregación y la violencia. Según la presencia o ausencia de estos elementos, y su mayor o menor articulación a nivel político, pueden distinguirse cuatro niveles: infraracismo, racismo en brotes (eclaté), racismo polítizado, y racismo estatal (vid. Wieviorka, 1990). Por último, en años recientes han proliferado los estudios con enfoques novedosos relacionados con el análisis de los discursos racistas (Wetherell y Potter, 1992), la relación entre raza y genero, la situación de los inmigrantes y las políticas públicas puestas en práctica para mejorarla (vid. Solomos, 1989), o incontables estudios sobre las relaciones entre racismo, nacionalismo, comunitarismo o etnicidad.