jueves, 3 de junio de 2010

El racismo ataca el ciberespacio




La cara del racismo cambia de aspecto en Internet, donde profesionales acomodados se unen a las filas de los “cabezas rapadas” tradicionales. ¿Serán incluso más peligrosos?
Tras celebrar el florecimiento de la democracia y de la libertad de expresión en el nirvana digital de Internet, se va descubriendo ahora su lado oscuro, en el que racistas y xenófobos no sólo transmiten su propaganda en el ciberespacio, sino que diseminan su parafernalia y su odio a través de redes internacionales. Ante el aluvión de historias de miedo sobre el resurgir de contenidos racistas en la red se pasa por alto una cuestión fundamental: ¿está cambiando la cara del racismo?

La mayoría de los artículos sobre el tema se centran exclusivamente en el número de páginas web, grupos de discusión y salas de chat que difunden mensajes de grupos racistas como el Ku Klux Klan (KKK), White Aryan Resistance y el Partido Nacional Británico (British National Party), que a mediados de los noventa se lanzaron a la conquista de Internet por ser un medio de comunicación no reglamentado y relativamente barato. Aunque no hay duda acerca del crecimiento de estos grupos y de sus páginas, es difícil obtener cifras precisas. Para investigar el odio en la red hay que saber actuar como un detective, un detector de mentiras y un descodificador de propaganda. Los contenidos racistas en la red forman parte de una farsa digital que esconde tanto cuanto muestra. Aunque no se puede contar el número de páginas web debido a la velocidad con que éstas aparecen y desaparecen, los expertos coinciden en que existen unos 3.000 sitios de contenido racista.

A su vez, las discusiones sobre el odio en la red (Hate on the Net) giran en torno a la censura. Los proveedores de Internet pueden prohibir voluntariamente el uso de sus servidores e instalar junto al navegador filtros que impiden acceder a sitios racistas. Este debate sobre la censura ha llegado a un callejón sin salida debido a la postura aparentemente irreconciliable de los libertarios partidarios de la libertad de información y a la dificultad de establecer el límite entre lo que es aceptable decir o escribir. Pero esta polémica oscurece algo el tema principal: ¿qué es lo que atrae a la gente al mundo racista de Internet?

Múltiples grupos racistas flotan en el ciberspacio

“Orgullo Blanco Mundial”. Con este eslogan, Don Black lanzó el 27 de marzo de 1995 la primera y más conocida página web racista : Stormfront. Black, ex miembro del KKK, estudió informática en una prisión federal de Texas, donde trabajó compulsivamente en un centro de ordenadores pagado por los contribuyentes. Una vez fuera de la cárcel, Black utilizó sus dotes recién aprendidas para construir un conjunto internacional de seguidores y difundir la idea de la existencia de una raza trasnacional. El tono de algunos de los mensajes enviados a Stormfront no necesita comentarios: “Tengo 20 años y soy un estadounidense blanco con raíces en Nortemérica desde hace 300 años, y antes, en Europa, en la Normandía francesa. Estoy orgulloso de que haya una organización para el avance de los blancos.”
Los racistas como Black utilizan Internet para alimentar una idea de supremacía blanca que vincula los viejos racismos nacionalistas (de Europa y Escandinavia, por ejemplo) con la diáspora blanca del Nuevo Mundo (Estados Unidos, Canadá, Suráfrica, Australia, Nueva Zelandia y partes de Sudamérica). A pesar de la diversidad de grupos racistas que flotan en el ciberespacio, todos comparten el lenguaje común de la superioridad de los blancos. En primer lugar, la idea de la supremacía blanca conlleva la de un linaje racista que se construye y se mantiene en gran medida gracias al ciberespacio. Internet se basa en la tecnología de la globalización, en conectar culturas humanas permeables. Sin embargo, en el mundo racista de la red, Internet se utiliza para alimentar una ideología de segregación racial. Con el fin de establecer “una fortaleza de blancos” en el ciberespacio, estos racistas están estableciendo a una velocidad considerable vínculos entre los sitios de ultraderecha de Estados Unidos, Canadá, Europa Occidental y Escandinavia. De ellos, los más activos y sofisticados son los grupos de noticias estadounidenses. La gran cuestión sigue siendo: ¿cuánta gente se hace racista militante gracias a Internet?
Recientemente, Alex Curtis, productor de la revista de extrema derecha Nationalist Observer, que se proclamó a sí mismo Hombre Lobo del Odio de San Diego, afirmó contactar cada semana con “entre cien y mil racistas de los más radicales del mundo”. No obstante, es peligroso sobrestimar el nivel de actividad. El número de racistas que operan en Internet con cierta regularidad ronda entre los 5.000 y los 10.000, agrupados en 10 o 20 grupos. El número de ‘entradas’ registradas a una página no indica necesariamente que sean simpatizantes, ya que se incluyen detractores, organismos de vigilancia e investigadores. La clave está en que este grupo relativamente pequeño de personas puede tener una presencia significativa. No sólo utilizan la red como medio para reclutar adeptos, sino que intentan combinar ese activismo electrónico con el del mundo “real”. Así por ejemplo, en la página de Racelink hay una lista con los datos personales y lugar de residencia de activistas de todo el mundo. La Aryan Dating Page, precursora de Stormfront, ofrece a su vez un servicio para contactar con racistas.

Un racismo de identidades fragmentadas
La mayoría son estadounidenses, aunque hay anuncios personales de activistas de Brasil, Canadá, Holanda, Noruega, Portugal, Reino Unido, Eslovaquia, Australia e incluso de surafricanos blancos. Algo interesante que se observa al mirar las fotos de los anuncios personales es que los rostros no se parecen en nada al del racista arquetípico. Hay pocos “cabezas rapadas” con tatuajes nazis; estos racistas blancos, la mayoría de entre 20 y 30 años, parecen normales. Por ejemplo Cathy, 36 años, está desesperada por mudarse a “un barrio blanco” aunque vive en Pensilvania, un estado que dista mucho de ser un hervidero étnico. Aparece con un traje de lentejuelas y pendientes que destellan. “Parezco demasiado sofisticada en la foto”, afirma. “Me hice unas fotos con unas compañeras de oficina y parezco una princesa aria cuando me pongo elegante. Pero realmente soy bastante normal.” O Debbie, 19 años, de Nueva Inglaterra, que afirma: “Soy una mujer blanca joven que busca a alguien seriamente dedicado al movimiento blanco. Una persona cuyo compromiso sea intachable. Quiero hablar con hombres que compartan mis valores.”
Los anuncios masculinos aportan un retrato igualmente sorprendente de la supremacía blanca. Frank, un padre divorciado de 48 años de Palo Alto, California, escribe: “Soy un padre responsable, tengo mis opiniones, aunque no las expongo si no están contrastadas. Tengo tatuajes y soy de raza aria. Así que espero recibir pronto noticias de vosotras, mujercitas”. Frank se presenta como un “hombre nuevo”, lo que coincide con el anuncio de John Bottis, 25 años, de Los Altos, quien se define como un niño bien que además ha viajado. “Busco una mujer que sea muy conservadora y condenadamente guapa. Es igualmente importante que tenga una educación de calidad.” Estas imágenes del fascismo en la era de la información no guardan parecido alguno con las manifestaciones previas de esa lacra. Veamos otro ejemplo poderoso en la imagen de Max, canadiense de 36 años, que se describe a sí mismo como “un activista veterano del Movimiento”. A continuación enumera sus aficiones a la antropología, el humor de los Monty Python, la historia del Titanic, la música celta y las versiones revisionistas de la guerra civil de Estados Unidos. Max eligió hacerse la foto junto a su ordenador, dando así el aspecto de alguien que domina la tecnología. La primera vez que lo vi me pareció una imagen muy apropiada del racismo actual.

Racismo electrónico y xenofobia
De todas formas, estos retratos del racismo postmoderno están hechos de múltiples identidades fragmentadas y poco aptas para las disciplinadas organizaciones fascistas del mundo real. En este mundo tan cambiante, ¿se pueden apagar la ideología y la dedicación al racismo tan fácilmente como se apaga un ordenador? Hay ciertas pruebas de que los racistas de la red tienen una relación caótica con la política xenófoba. Milton J. Kleim, quien una vez se llamó “el nazi número 1 de la red”, renunció a su credo de la noche a la mañana. Kleim empezó a identificarse con la ideología racista en 1993, cuando era estudiante. No obstante, no tuvo encuentros cara a cara con ningún miembro del movimiento hasta su graduación, en 1995. Un año más tarde abandonó el racismo totalmente. En una entrevista por correo electrónico comentó: “el acto de dejarlo fue doloroso, y después muy estresante. (…) Me convertí en una persona inexistente. Pero no me denunciaron. (…) Sólo recibí un par de llamadas de miembros descontentos. Lo más triste es que mi experiencia en el movimiento fue la más excitante, y gratificante de toda mi vida. He pasado del nacional socialismo a la misantropía”. A través de una identidad virtual, la cultura racista ofreció a Kleim un propósito y una solución temporal a su crisis existencial. Esta misma necesidad de un sentido de la vida se desprende de muchas entrevistas con xenófobos en la red. También es cierto que no dura y que el antifaz virtual del racismo se puede quitar rápidamente. No sólo parece endeble el compromiso individual, sino también las redes más grandes de grupos racistas. En el “mundo real”, cada grupo debe su existencia a un líder carismático, al que corresponde formar alianzas. Estos acuerdos son efímeros debido a las luchas de poder entre sus líderes. Pero en el ciberespacio esta tendencia a desaparecer es aún más rápida, fundamentalmente debido al mayor grado de interacción propio del ciberespacio. Buen ejemplo de este síndrome es la disputa difamatoria entre Harold A. Covington, del Partido Nacional Socialista de los Blancos (National Socialist White People´s Party) y William L. Pierce, de la Alianza Nacional (National Alliance).
En un texto llamado “El Futuro de una Red Blanca”, Covington escribía: “La red está siendo trágica y viciosamente violada por un número creciente de racistas obsoletos y enloquecidos. Creo que es demasiado pronto para calcular cómo interactúa y ataca esta locura al trabajo político serio. Es como buscar oro en un desagüe roto; tanto los vertidos tóxicos como el oro están ahí; la cuestión es saber cuánto oro puede extraer alguien antes de que los gases y la corrupción lo expulsen, o hasta que se arrodille y forme parte del sistema.
”El uso racista de Internet no va a desembocar en un movimiento racista global. En este sentido, los imitadores del fascismo y del nazismo no pertenecen al mismo grupo que los fanáticos de antaño. Sin embargo, la importancia de este fenómeno no debe radicar en el número de activistas. Además, el hecho de que los implicados sean relativamente pocos no debe ser interpretado como una estadística reconfortante. ¿Cuál es entonces la naturaleza de esta amenaza? El verdadero peligro radica en que en la era de la información acciones racistas aisladas lleguen a estar a la orden del día. En este sentido, la campaña para bombardear Londres que lideró en 1999 David Copeland, quien había encontrado en la red la “receta” para fabricar bombas de clavos, puede ser un indicador del tipo de violencia que tendrá lugar en este milenio, puesto que este tipo de actos son perpetrados por individuos cuyo principal contacto con la política racista se da través del teclado de su ordenador.

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