3. La construcción de la nueva Sudáfrica multirracial y democrática; la asignatura socioeconómica
En Mandela recayeron todas las esperanzas de un pueblo que, si bien había conseguido la plenitud de derechos políticos, aún topaba con barreras, por el momento infranqueables, para su promoción social, educativa y profesional, y que, por encima de todo, como los millones de habitantes de los guetos y los barrios de miseria, ansiaba salir de su extremada postración económica.
El presidente definió unas reglas de juego que equilibraban el dominio indiscutible del ANC con la cooperación y la concesión de parcelas de poder y de responsabilidad a los demás partidos importantes, algunos de los cuales –particularmente, el Inkatha de Buthelezi- no eran aliados naturales y ni tan siquiera fácticos, sino sólo unos socios forzosos y necesarios, en aras del bien común. Con sensatez y realismo, Mandela confió al NP sectores clave de manera casi en exclusiva, como la dirección económica y la alta empresa, o en un régimen de cogestión, como la defensa y la seguridad interior. Con Mandela a su frente, el ANC renunció a ejercer el rodillo negro, tan temido por los antiguos amos del país, aunque también era cierto que la no tenencia de la mayoría absoluta de dos tercios en el Legislativo, requerida para aprobar reformas constitucionales, no era un estímulo para las hipotéticas tentaciones de hegemonía absoluta.
En el quinquenio presidencial, el sistema político innegablemente funcionó: se aseguró el total respaldo internacional; implicó a las élites blancas, luego de calmar sus últimas aprensiones, en la normalización del país; desarmó dialécticamente, con más rapidez de lo esperado, a la extrema derecha racista, que se automarginó completamente del escenario político; y apaciguó a ojos vista –aunque no del todo- las tensiones violentas en la provincia de KwaZulu-Natal, luego de ir aceptando el IFP su posición en el nuevo orden político. El ANC hizo suyos los principios de la democracia parlamentaria más exquisita, con una verdadera oposición parlamentaria (aunque sin posibilidad de alternancia), una libertad de prensa que para sí quisieran algunos países europeos, un poder judicial independiente y el marco jurídico que brindaba una de las constituciones más progresistas del mundo.
Al mismo tiempo, el ANC encontró compatible su definición socialista con la preservación del sistema capitalista y la economía de libre mercado, hasta el punto de inaugurar una nada acomplejada campaña de privatizaciones y liquidación de monopolios del Estado, gracias a la cual, numerosos dirigentes y activistas del partido, empezando por Ramaphosa (que fue denostado por sus antiguos camaradas del COSATU), descubrieron su faceta de avezados hombres de negocios, lucrados en el proceso, eso sí, con manifiesto favoritismo.
La Estrategia Macroeconómica de Crecimiento, Empleo y Redistribución, más conocida como el programa GEAR, publicada en junio de 1996, se refería a un conjunto de actuaciones ortodoxas (política monetaria antiinflacionista, disciplina fiscal, presupuestos prudentes) que apuntaban a un ajuste estructural de la economía sudafricana. En cuanto a una reforma agraria de resabio socialista que repartiera tierras productivas a los campesinos a gran escala y acabara con el monopolio blanco a corto o medio plazo, ni siquiera fue contemplada. En los medios izquierdistas no tardaron en escucharse expresiones de decepción y de enfado por el abandono de las metas más ambiciosas de justicia social, y por la emergencia de una nueva élite de privilegiados negros.
El oficialismo congresista, sólidamente instalado en el Gobierno y el NEC, apostó por unas políticas públicas vigorosas que hicieran posible la distribución de la renta nacional, la corrección de las abismales diferencias sociales y económicas en función de la raza y, sin proclamarlo abiertamente, para no dar pábulo a acusaciones de elitismo, la creación de una burguesía y una clase media negras liberadas de mentalidad asistencial y dispuestas a luchar por una parcela de riqueza en un contexto competitivo. El partido reconoció que, si bien la mayoría negra había conquistado el poder político, la sudafricana continuaba siendo una sociedad racialmente dividida, con la función pública, la Policía, las Fuerzas Armadas y la judicatura aún copadas por los blancos. En 1998 la Asamblea aprobó la Ley de Equidad en los Empleos, que se fundaba en el principio de la affirmative action, o discriminación positiva, en favor de los no blancos, aunque al finalizar la legislatura sus disposiciones seguían sin entrar en vigor.
En conjunto, el ANC impartió unas directrices que tanto podían ser calificadas de socialdemócratas, por el papel central reservado al Estado en la mejora de los estándares de vida de las extensísimas capas de población pobre que nutrían su electorado, como de social-liberales, o, directamente, liberales, al conceder grandes facilidades al capital corporativo e introducir desregulaciones, inclusive en el mercado laboral. En este sentido, Mandela, al igual que Mbeki, se mostró más –por no decir, únicamente- reformista que revolucionario, y más gradualista que expeditivo.
Comparadas con las elevadas expectativas sociales de 1994, las actuaciones del Gobierno en este terreno dejaron al final del quinquenio un panorama de claroscuros, predominando seguramente la segunda tonalidad. Llegada la hora de la partida de Mandela, se trazó un balance agridulce del compromiso con la emancipación socioeconómica de la mayoría negra, pues si bien ésta había mejorado un tanto su situación con la extensión de los servicios sociales en los populosos barrios marginales y el surgimiento de una incipiente clase media, los blancos, que constituían menos del 14% de la población, seguían regentando la práctica totalidad del sistema financiero y el mundo de los negocios. En este sentido, las políticas de equidad y redistributivas, cuyo verdadero desarrollo iba a competir a futuras administraciones, apenas hicieron notar sus efectos positivos.
Además, en los dos últimos años de la presidencia de Mandela, la producción económica creció por debajo del ritmo demográfico. La acusada flojera del PIB, motivada por la caída del precio del oro y la falta de inversiones foráneas, y que no dejó de ser paradójica, luego de ser levantados todos los embargos y boicots internacionales que pesaban sobre Sudáfrica, unida a las reconversiones y las privatizaciones industriales, agravó el paro, que alcanzó proporciones masivas. En 1999, no menos de 35% de la población activa estaba desocupada; la tasa no iba sino a aumentar en los años siguientes.
A mayor abundamiento en este repertorio de asignaturas pendientes, el Gobierno de Mandela fue incapaz de contener la explosión de una violencia paulatinamente despolitizada y relacionada con la delincuencia común, fenómeno que suele azotar a todas las sociedades recién salidas de una confrontación civil y que en el caso de Sudáfrica se entremezcló con nuevas e inquietantes formas de extremismo. La ola de criminalidad producía, en números redondos, 25.000 asesinatos y 50.000 violaciones al año, en un país de 39.000 millones de habitantes.
Otro de los grandes débitos achacados al Gobierno de Mandela afectó a la lucha contra el sida, pandemia que en Sudáfrica registraba unas cifras escalofriantes. Pese a activarse un Plan Nacional, un Comité Inter-Departamental (IDC), un Comité Inter-Ministerial (IMC) y un Partenariado sobre el sida y el virus HIV, las políticas públicas para combatir la enfermedad estuvieron muy a la zaga de los avances médicos. La estrategia nacional contra el sida fue ampliamente tachada de incoherente e inefectiva por los trabajadores sanitarios y las ONG.
El 30 de junio de 1996, el NP, de acuerdo con el anuncio hecho por de Klerk el 9 de mayo, un día después de aprobar la Asamblea la nueva Constitución permanente (que iba a ser ratificada por Mandela el 10 de diciembre y a entrar en vigor el 4 de febrero de 1997), abandonó el GUN alegando que el período de transición había concluido sin novedad. La marcha de de Klerk dejó a Mbeki como el único vicepresidente de la República. El final del GUN, más que generar incertidumbre, puso de relieve hasta qué punto los blancos afrikaners se sentían tranquilos con la marcha política del país que un día señorearan con puño de hierro, prefiriendo que el ANC -con el que las relaciones tampoco habían sido excesivamente cordiales, sino, antes bien, bastante resignadas- asumiera todas las cargas gubernamentales y enfrentara en solitario los problemas derivados del programa de reformas.
El 26 de julio de 1995, Mandela, en aras de la unidad nacional y la reparación histórica, convocó por decreto-ley una Comisión de la Verdad y la Reconciliación (TRC) para elucidar las masivas violaciones de los Derechos Humanos cometidas durante el apartheid, aunque de sus conclusiones no podrían derivarse consecuencias penales con carácter vinculante.
La TRC, integrada por un panel de personalidades independientes y presidida por el insigne luchador antirracista Desmond Tutu, obispo anglicano de Ciudad del Cabo, premio Nobel de la Paz y buen amigo de Mandela, publicó el 29 de octubre de 1998 el resultado de tres años de investigaciones en un documento de 3.500 páginas, donde hacía un balance mixto en lo referente al reparto de culpas, aunque muy contundente en cuanto a la gravedad de los hechos indagados: el Estado racista blanco había sido el responsable de la gran mayoría de los crímenes y abusos, pero el movimiento de liberación negro también había perpetrado atrocidades, por todo lo cual, la TRC recomendaba el procesamiento judicial de Pieter Botha, Mangosuthu Buthelezi y Winnie Mandela.
El informe provocó un terremoto en el ANC, donde un sector, tildado de dogmático y chovinista, encabezado por Mbeki (quien personalmente no salió muy bien parado de los testimonios escuchados en las vistas orales) se negó a emitir una disculpa por cualquier aspecto escabroso de la lucha contra el apartheid. De hecho, el vicepresidente, sabedor del escándalo que se avecinaba, y sin consultar a Mandela y los otros miembros del NEC, promovió contra la TRC una querella legal en nombre del partido para impedir la publicación del "erróneo" e "insensato" informe, pero horas antes de la ceremonia de entrega un juez dictaminó que la demanda era inconstitucional.
Mandela, que recibió de Tutu el documento, expresó su apoyo incondicional al "buen trabajo" hecho por la Comisión y aceptó el informe en su integridad. Más aún, admitió explícitamente que el movimiento, a pesar de librar una "guerra justa" y una "lucha heroica" contra el apartheid, había cometido "graves violaciones de los Derechos Humanos". "Nadie puede negar que algunas personas murieron en nuestros campos, y eso es lo que el TRC ha dicho", señaló. El presidente reconoció que él y el vicepresidente tenían una "opinión diferente" sobre el particular, pero insistió en que no había conflicto entre los dos.
De todas maneras, este áspero episodio sirvió para subrayar las fuertes diferencias de talante que había entre Mbeki, percibido desde las bases congresistas como un intelectual frío, intransigente y tecnocrático, y el cálido y ecuánime Mandela. Al principio pareció que la credibilidad del primero como estadista había quedado irremisiblemente dañada, pero la tormenta amainó a tiempo para las elecciones generales, no corriendo peligro su candidatura presidencial.
Y es que las previsiones sucesorias las había activado Mandela el 7 de julio de 1996 con el anuncio de que renunciaba a presentarse en 1999 a la reelección presidencial, que la Constitución le permitía, y de que propondría a Mbeki para tomar las riendas del partido y el Gobierno. La transferencia de la presidencia ejecutiva del ANC y la proclamación de la candidatura a presidente de la República se produjeron el 18 de diciembre de 1997 en la 50ª Conferencia Nacional, celebrada en Mafikeng. A partir de este momento, Mbeki fungió como el jefe del Gobierno en la práctica, a medida que Mandela iba alejándose del ejercicio rutinario del poder y destinaba gran parte de su tiempo a la actividad internacional en su sentido más amplio y a cumplir con su papel simbólico de padre de la nación, mediante giras, visitas y actos de dimensiones humana y moral.
Su vida privada inició también una nueva andadura. Divorciado de Winnie de común acuerdo el 19 de marzo de 1996, escogió el día de su 80 cumpleaños, el 18 de julio de 1998, para contraer terceras nupcias en Johannesburgo con Graça Simbine Machel, de 52 años, viuda del antiguo presidente mozambiqueño Samora Machel, a la que había conocido en Maputo en 1990 y que era su compañera sentimental, que se supiera, desde 1996. La mozambiqueña era madre de cuatro hijos, dos de ellos adoptados. La más pura tradición tribal imperó tras las bambalinas de estos esponsales: el clan de Machel cobró una copiosa dote al novio, quien en las negociaciones prenupciales estuvo representado por el soberano de los thembu, el rey Buyelekhaya Zwelibanzi Dalindyebo, el cual era nieto del regente Jongintaba Dalindyebo, el padrino que había concertado el matrimonio no deseado al joven Mandela.
En la primavera de 1999 el presidente realizó una vibrante gira nacional de despedida, en la que aleccionó a su pueblo en un sentido moral, aunque tampoco se privó de hacer diagnósticos negativos sobre una "sociedad enferma" incapaz de librarse de las lacras de la violencia y el sectarismo.
Con Mandela a su frente, Sudáfrica removió sus últimos estigmas internacionales. Las sanciones multilaterales de índole económica y comercial ya habían sido levantadas gradualmente desde 1991, a medida que la comunidad internacional comprobaba que la transición democrática progresaba sin posibilidad de vuelta atrás. El último castigo, el embargo de armas impuesto por el Consejo de Seguridad de la ONU en 1977 -con bien poca eficacia-, fue revocado el 25 de mayo de 1994.
En las semanas y meses posteriores a la transferencia del poder en Pretoria se produjeron los retornos de Sudáfrica a la Commonwealth (1 de junio) y a la Asamblea General de Naciones Unidas (23 de junio), así como los ingresos en la Organización para la Unidad Africana (23 de mayo), el Movimiento de países No Alineados (31 de mayo) y la Comunidad de Desarrollo de África del Sur, SADC (30 de agosto). En marzo de 1995 Mandela recibió en Ciudad del Cabo a la reina Isabel II de Inglaterra y en marzo de 1998 el estadounidense Bill Clinton protagonizó otra visita histórica.
Durban fue la sede de la XII Cumbre trianual del MNA, el 2 y el 3 de septiembre de 1998, en la que Mandela fue elegido presidente de turno de la organización para lo que le quedaba de mandato y donde declaró que su país tenía intención de mantener unas buenas relaciones con todos los estados, incluidos los que figuraban en la lista negra de Estados Unidos. El mandatario se desplazó a las principales capitales mundiales, participó en numerosas citas multilaterales y tuvo invitaciones especiales a cumbres de organizaciones de las que su país no era miembro, como el Consejo Europeo de Cardiff de junio de 1998, donde sin embargo no se logró firmar el acuerdo comercial que Sudáfrica venía negociando con la Unión Europea, y la XIV Cumbre presidencial del Mercado Común del Sur (MERCOSUR), en Ushuaia, Argentina.
Durante su mandato, y también con posterioridad al mismo, Mandela ejerció una suprema autoridad moral en los diversos conflictos bélicos que asolaban el continente negro, presentándose a los contendientes como árbitro y mediador. En mayo de 1997 intentó, sin éxito, reconciliar al dictador zaireño Mobutu Sese Seko y al líder guerrillero Laurent Kabila, quien terminó conquistado el poder en Kinshasa.
En la segunda guerra que estalló en agosto de 1998 en la nueva República Democrática del Congo, caracterizada por la profusión de contendientes internos y la mortalidad a una escala sin precedentes, y que conoció la intervención militar directa de siete estados de la región, Mandela multiplicó sus esfuerzos pacificadores. Aunque sus simpatías por el Gobierno de Kabila eran manifiestas, el dirigente sudafricano adoptó en el seno de la SADC (de la que fue presidente de turno hasta septiembre de 1998) una posición sumamente cauta, hasta el punto de enfrentarse con el presidente zimbabwo, Robert Mugabe, por su decisión belicista de enviar un fuerte contingente de tropas en ayuda de Kabila, acosado desde el este por la potente ofensiva rwando-ugandesa.
Los roces entre Mandela y Mugabe sugerían una rivalidad apenas soterrada por el liderazgo regional. Que Mugabe, un luchador de la libertad en la antigua Rhodesia del Sur devenido autócrata sin escrúpulos, hubiese sido en la década de los ochenta un gran valedor de la línea del frente (la alianza de países de África austral y oriental liberados del colonialismo británico y portugués y comprometidos en el auxilio del movimiento de liberación negro sudafricano), no fue óbice para que Mandela pusiera muy mala cara a la violenta reforma agraria lanzada por el Gobierno de Harare a finales de 1999, en la que sus partidarios, inflamados por la retórica nacionalista y de odio racial que destilaba el régimen del ZANU-PF, se dedicaron a asaltar las granjas de los ciudadanos blancos, causando muertos y destrucciones, y sumiendo al país en una situación social y política explosiva, amén de abocarlo a la ruina económica.
En mayo de 2000, ya fuera de la Presidencia, y mientras Mbeki intentaba influir positivamente en el conflicto zimbabwo con su criticada estrategia de la "diplomacia tranquila", que omitía cualquier atisbo de crítica a Harare, Mandela se descolgó con unas declaraciones, insólitamente crudas en él, donde aseguraba que en África había "líderes que un día comandaron ejércitos de liberación" que luego habían hecho "una enorme riqueza" y únicamente se mostraban interesados en "explotar a los pobres y movilizar a niños para lanzarlos y morir por su enriquecimiento personal". "Esa es la lección de la historia", sentenciaba Mandela, que "los tiranos de hoy pueden ser destruidos por vosotros [los pueblos que los padecen], y confío en que tengáis la capacidad de hacerlo". Preguntado por los asombrados periodistas si se estaba refiriendo a Mugabe, Mandela respondió: "Todo el mundo sabe de quién estoy hablando". En junio de 2008 volvería a fustigar a Mugabe, denunciando el "trágico fracaso del liderazgo" del autócrata zimbabwo.
La tendencia a buscar en la nueva Sudáfrica democrática una autoridad fuerte para la resolución de todo tipo de desavenencias y crisis nacionales en los estados de la zona pareció prefigurar un escenario de presencia militar activa. Sin embargo, el Mandela presidente se mostró bastante reticente con las fórmulas expeditivas, que permitirían a Sudáfrica demostrar a las claras su condición de potencia regional en la parte meridional del continente (como Nigeria podía serlo en África occidental), por entender que las intervenciones militares, ya fueran de interposición, de pacificación o en misión humanitaria, podían fácilmente añadir más leña al fuego y agravar el conflicto de turno.
La única excepción a este pensamiento, no por ello menos clamorosa y polémica por su carácter drástico y de injerencia, fue el envío el 22 de septiembre de 1998 de un destacamento de 800 soldados, junto con tropas de Botswana, al estado de Lesotho, pequeño reino independiente incrustado en Sudáfrica, entre las provincias del Cabo Oriental, KwaZulu-Natal y el Estado Libre, para poner orden en un contexto de crisis política poselectoral y de motines militares. La intervención del Ejército sudafricano, producida a petición del acosado primer ministro, Pakalitha Mosisili, dio lugar a algunos enfrentamientos con las tropas locales amotinadas en la capital, Maseru, antes de conseguir imponer la paz y preservar la legalidad constitucional.
La actividad facilitadora de Mandela se cobró su mayor éxito en Burundi, donde en octubre de 1999 tomó el relevo al fallecido Julius Nyerere, el esclarecido ex presidente tanzano, en los esfuerzos para la instalación de un poder compartido entre las distintas tendencias de la minoría tutsi y la mayoría hutu, cuyos enfrentamientos sectarios desde 1993 habían arrastrado al pequeño país centroafricano a una devastadora guerra civil. El 28 de agosto de 2000 el ex presidente sudafricano presidió en Arusha, Tanzania, la firma de un Acuerdo de Paz y Reconciliación, el cual, si bien no detuvo todavía la guerra civil, sí puso en marcha en Burundi una transición política que iba a culminar positivamente en 2005 con la celebración de elecciones democráticas. El sudafricano anunció el fin de su mediación en Burundi el primero de noviembre de 2001, durante la inauguración, vigilada por 700 soldados de su país, del nuevo Gobierno multipartito de transición, aunque se comprometió a continuar como "garante moral" del Acuerdo de Arusha.
Dentro de la Presidencia, la última mediación destacada de Mandela fue, en marzo de 1999, en las negociaciones entre el régimen libio de Muammar al-Gaddafi y los gobiernos de Estados Unidos y el Reino Unido para la suspensión de las sanciones de la ONU al país norteafricano a cambio de la entrega a la justicia escocesa para su juicio en los Países Bajos de los dos ciudadanos libios acusados de perpetrar el atentado contra el avión de la Pan Am que en 1988 fue destruido en pleno vuelo sobre la localidad de Lockerbie.
En las elecciones parlamentarias del 2 de junio de 1999 el ANC cosechó un aplastante 66,4% de los votos, dos puntos más que en 1994, y 266 escaños, uno menos de los necesarios para introducir enmiendas a la Constitución en solitario. De los resultados se deducía que, pese a la insatisfacción de la mayoría de las aspiraciones económicas, las masas negras seguían confiando en el ANC, cuya inmensa legitimidad popular se mantenía intacta. Sus paisanos le estaban profundamente agradecidos a Mandela por haber contribuido decisivamente, con su sacrificada lucha, a la recuperación de sus libertades y a la adquisición de derechos que nunca habían tenido. Por lo demás, los segundos comicios generales de la era pos-apartheid supusieron la sustitución del NP, ahora llamado Nuevo Partido Nacional (NNP) y metido en un declive del que ya no iba a recuperarse (su total hundimiento en las votaciones de 2004 le empujaría a la autodisolución, tras lo cual, en una de las más asombrosas ironías de la historia, sus menguados cuadros se integraron en el ANC), por el Partido Democrático (DP) de Tony Leon como el principal partido de la oposición. También, certificaron la irrelevancia de los extremismos blanco (el afrikáner Frente de la Libertad) y negro (PAC), que gracias al sistema electoral proporcional mantuvieron una representación testimonial de tres escaños cada uno pese a no haber alcanzado ni el 1% de los votos. En cuanto al IFP, que continuaba en el Gobierno, retrocedió sensiblemente y entró en una fase de imparable empequeñecimiento.
El 16 de junio de 1999, con la toma de posesión de Mbeki, Mandela dijo adiós a las instituciones del Estado y a la política activa, aunque no a la vida pública, donde, pese a su avanzada edad de 80 años, continuó realizando una apretada agenda de actividades dentro y fuera de Sudáfrica. Su influjo político y su autoridad moral se mantuvieron también en los más altos niveles.
A través del Nelson Mandela Children’s Fund, la Nelson Mandela Foundation y la Mandela Rhodes Foundation, puestos en marcha respectivamente en 1995, 1999 (tras dejar la Presidencia) y 2003, el ex mandatario se volcó en un vasto programa de acciones humanitarias, caritativas y formativas, y apoyó campañas desarrolladas por otras fundaciones y ONG. En agosto de 2007 se creó el Mandela Institute for Education and Rural Development, un proyecto conjunto de la Nelson Mandela Foundation, la Universidad de Fort Hare y el Departamento Provincial de Educación del Cabo Oriental. El desarrollo humano de la infancia, el socorro a los niños huérfanos y abandonados, la atención a los discapacitados, la educación de jóvenes y adultos, la erradicación de las minas antipersona, el tratamiento médico de enfermedades endémicas y la lucha contra el sida son algunos de los terrenos donde hasta el día de hoy Mandela ha realizado valiosos trabajos.
El sida ha sido una de las máximas preocupaciones de Mandela desde que dejó la Presidencia. En la XIII Conferencia Internacional sobre la enfermedad, celebrada en julio de 2000 en Durban, el estadista se distanció de la anticientífica –y universalmente censurada- postura de Mbeki y varios miembros de su Gobierno, que rehusaban distribuir los caros fármacos antirretrovirales (ARV) entre los cinco millones de sudafricanos infectados por el HIV porque creían que el sida no tenía un origen vírico.
Convertido en la estrella del evento, Mandela, con Mbeki presente, demandó al Gobierno de su país una intervención urgente, empezando por la facilitación de ARV genéricos a las embarazadas para reducir la tasa de transmisión materno-infantil. Sin embargo, de acuerdo con su carácter conciliador, para no agriar más la controversia, dirigió unas palabras elogiosas a Mbeki, al que presentó como un "hombre inteligente que asume los planteamientos científicos seriamente y lidera un Gobierno que sé que está comprometido con los principios de la ciencia y la razón". Después de la Conferencia de Durban, Mbeki y el Departamento de Salud empezaron a matizar su actitud y, discretamente, fueron acercándose a la ortodoxia médica que auspiciaban organismos como la Organización Mundial de la Salud (OMS) y la Agencia de Naciones Unidas para el Sida (Onusida), aunque aún les costó tres años admitir al HIV como el causante de la enfermedad y dar luz verde a los ARV.
Mandela volvió a ser ponente sobre el sida en las conferencias internacionales XIV, celebrada en Barcelona en julio de 2002, y XV, en Bangkok en julio de 2004. Su campaña 46664, que tomaba el nombre de su antiguo número de preso en Robben Island, siguió recaudando fondos para la lucha contra la enfermedad con la inestimable ayuda de algunas de las más destacadas figuras internacionales del pop y el rock, que celebraron conciertos en Sudáfrica y Europa.
Meses después de su intervención en la capital tailandesa, el 6 de enero de 2005, el octogenario anunciaba a los medios, en su casa de Johannesburgo y rodeado por sus familiares, la triste noticia de la muerte de su hijo Makgatho, a los 54 años de edad, víctima del sida. Abogado de profesión, viudo desde 2003 de su esposa Zondi (fallecida de una neumonía que, como se supo después, también había sido provocada por el sida) y padre de cuatro hijos, Makgatho había ingresado en noviembre anterior en un hospital de Johannesburgo, pero la noticia no había sido divulgada. Ahora, Mandela, a los 86 años, reclamó la necesidad de "dar publicidad al sida y no esconderlo, porque la única manera de convertirlo en una enfermedad normal, como la tuberculosis o el cáncer, es decir abiertamente que alguien ha muerto de sida, y así la gente dejará de considerarlo algo extraordinario".
La salud del propio Mandela estaba en el punto de mira desde que en julio de 2001 le diagnosticaran un cáncer de próstata. La dolencia fue aparentemente curada tras siete semanas de tratamiento con radioterapia, al que el paciente, según los médicos, respondió de manera satisfactoria. Entre 2002 y 2004 Mandela vertió fuertes críticas a la política exterior de la Administración de George Bush en Estados Unidos por su estrategia belicosa en Irak; así, el ex presidente arremetió contra la Casa Blanca por lanzar la invasión del país árabe a espaldas de la ONU e instó a la comunidad internacional a parar la guerra; posteriormente, denunció la ocupación militar del país árabe y los abusos allí cometidos.
En julio de 2003, el octogésimo quinto cumpleaños de Mandela fue celebrado por todo lo alto en Johannesburgo con la participación de celebridades del espectáculo, políticos (estuvieron Clinton, de Klerk y Mbeki) y miembros de casas reales, que se deshicieron en homenajes a Madiba. A estas alturas, Mandela era una persona idolatrada, también por muchos de sus paisanos de raza blanca, que habían terminado por rendirse ante su carisma, su talla humana y su sentido de la responsabilidad. Claro que los sentimientos de adhesión no eran unánimes. Así, en 2004 el periodista británico Peter Hitchens retrató a Mandela con acentos críticos e irónicos, como un "superhéroe" y un "santo secular" que no se mostraba a la gente como el "hombre falible" que era y al que le "importaba un comino" el "creciente autoritarismo" de su sucesor, Mbeki.
En mayo de 2004, en el décimo aniversario de su llegada al Gobierno, y luego de ganar el ANC las terceras elecciones legislativas con una apabullante mayoría absoluta de dos tercios, Mandela pronunció su último discurso ante la Asamblea Nacional. El 1 de junio de ese año, necesitado para caminar de un bastón y, a veces, de un brazo en el que apoyarse, más delgado y con el cabello completamente cano, pero todavía muy animoso, la sonrisa tan fácil como siempre, con el verbo suelto y perfectamente lúcido, el ex presidente anunció su intención de "jubilarse de la jubilación", apartándose de la vida pública e aras de la "reflexión tranquila" en la privacidad de su casa en Qunu.
La agenda de actividades pudo recortarse con un criterio más selectivo, pero el caso fue que el infatigable estadista, lejos de hacer mutis, siguió participando en actos públicos (como la Conferencia de Bangkok sobre el sida), pronunciando discursos, reuniéndose con celebridades (como en el concierto de la campaña 46664 y el encuentro del grupo de líderes veteranos y retirados conocidos como The Elders, por él convocado con motivo de su 89º cumpleaños, celebrados ambos en 2007 en Johannesburgo) y haciendo declaraciones sobre temas varios.
La candente política doméstica reclamó su posicionamiento en 2005, cuando el ANC experimentó tensiones sin precedentes por la situación del vicepresidente de la República desde 1999 y vicepresidente del partido desde 1997, Jacob Zuma, involucrado en un escándalo de corrupción. Mandela salió a defender al número dos del congresismo frente a las acusaciones de que era objeto, pero cuando Mbeki, en junio, decidió echar a Zuma del Gobierno, el anterior jefe del Estado aceptó "con profunda tristeza" la "correcta" medida tomada por el presidente.
En diciembre de 2007, durante la 52ª Conferencia Nacional del ANC, Mandela mantuvo una neutralidad formal en la elección del presidente del partido, aunque no dejó de declararse "entristecido" por el espectáculo de divisiones internas La acerba contienda fue ganada por Zuma, luego de zafarse provisionalmente de sus dos procesos por corrupción y violación, a Mbeki, quien, pese a tener que dejar la jefatura del Estado en 2009 por prescripción constitucional, pretendía prolongar su liderazgo partidario para seguir influyendo en el Ejecutivo. En realidad, Mandela estaba con Zuma, al que colmó de elogios tras su victoria en la Conferencia. En la clausura de la misma, Mandela elevó un llamamiento a la unidad del congresismo, pero la fractura en el ANC, abierta por unas divergencias personales e ideológicas demasiado profundas, era irreparable: en septiembre de 2008, Mbeki, sospechoso de haber instigado la persecución judicial contra Zuma, perdió la confianza del NEC y hubo de dimitir en la Presidencia de la República; a continuación, el sector centrista y liberal del congresismo que respaldaba a Mbeki materializó el cisma rompiendo con el ANC y creando el Congreso del Pueblo (COPE). Por otro lado, en noviembre de 2006 Mandela hizo un elogio fúnebre de Pieter Botha, fallecido a los 90 años.
El 18 de julio de 2008, un frágil Mandela, necesitado de asistentes para caminar y con algunas dificultades ya para hilar los discursos pero insólitamente brioso para la edad que tenía, celebró su 90º cumpleaños en su casa de Qunu. En esta ocasión, reclamó a los pudientes del mundo que auxiliaran a la legión de desfavorecidos. El nonagésimo aniversario fue celebrado desde junio hasta agosto en toda Sudáfrica y en Londres, con un abigarrado programa de actos entre los que destacó un macroconcierto en Hyde Park dentro de la campaña 46664, una cena de recaudación de fondos cuajada de estrellas del cine y la música –y que no quisieron perderse el incondicional Clinton y el primer ministro británico, Gordon Brown-, una recepción real en el Palacio de Buckingham y una concentración de masas del ANC en Tshwane: a todos ellos asistió el homenajeado con su energía inveterada. En febrero de 2009 Mandela se incorporó a la campaña electoral del partido y de Zuma, investido tercer presidente de la democracia en el mes de mayo. Nelson Mandela ha recibido más de 200 premios y reconocimientos, así como docenas de títulos universitarios, ciudadanías y membresías y presidencias en organizaciones de todo el mundo, con carácter honorífico. Además del galardón más prestigioso y conocido, el Nobel de la Paz, posee los premios Jawaharlal Nehru al Entendimiento Internacional (India, 1980), Bruno Kreisky (Austria, 1981), Simón Bolívar de la UNESCO (1983), el de la Fundación del Tercer Mundo para los Estudios Sociales y Económicos (Reino Unido, 1985), el de la ONU en el campo de los Derechos Humanos (1988), Sájarov a la Libertad de Conciencia del Parlamento Europeo (1988), Al-Gaddafi de los Derechos Humanos (Libia, 1989), Lenin de la Paz (URSS, 1990), el de la UNESCO en el campo de la Paz (1992), Príncipe de Asturias de Cooperación Internacional (España, 1992), William Fulbright al Entendimiento Internacional (Estados Unidos, 1993), Gandhi de la Paz (India, 2001) y el Embajador de Conciencia de Amnistía Internacional (2006). También, la Orden de Oro Olímpica del COI (1994), la Orden de Canadá (1998), las órdenes del Mérito y de St. John del Reino Unido (2004), y, por parte de Estados Unidos, las medallas de la Libertad de Filadelfia (1993), de Oro del Congreso (1998) y Presidencial de la Libertad (2002).
En 1995 publicó el libro autobiográfico Long Walk to Freedom, cuyos derechos de adaptación al cine cedió al productor sudafricano Anant Singh. Una década después, quien es seguramente el estadista más respetado y admirado, la mayor figura política mundial viva, en cuyo honor se han compuesto canciones, erigido estatuas, emitido sellos de correos y acuñado monedas, que ha dado nombre a multitud de calles, parques y escuelas en todo el mundo (amén de a una especie de araña trepadora, la stasimopus mandelai, y hasta a una partícula subatómica), seguía sin tener, más allá de algunas encarnaciones televisivas, su biopic cinematográfico definitivo.
En 2007 se estrenó el filme Goodbye Bafana, rodado por Bille August y protagonizado por Dennis Haysbert; el drama se circunscribe a las relaciones amistosas del preso de Robben Island con su oficial carcelero, James Gregory. En diciembre de 2009 se estrenó en Estados Unidos Invictus, con Clint Eastwood de director y Morgan Freeman en el papel de Mandela. La película se basa en el libro de John Carlin The Human Factor: Nelson Mandela and the Game that Changed the World, el cual relata la implicación del entonces presidente, en su deseo de profundizar la reconciliación interracial, en el campeonato mundial de rugby de 1995, organizado y ganado por Sudáfrica tras años de exclusión de las competiciones deportivas. Mandela mismo ha aparecido en medio centenar de documentales y series para la televisión, y, como actor de cameo, en la película Malcolm X, rodada por Spike Lee en 1992, donde se muestra brevemente como un maestro de escuela de Soweto que alecciona a sus jóvenes alumnos.
En febrero de 2000 abrió sus puertas el Nelson Mandela National Museum, que tiene sus instalaciones repartidas entre Umtata (actualmente conocida como Mthatha), Qunu y Mvezo. En Soweto, no lejos del museo dedicado al apartheid, funciona el Mandela Family Museum, que no es sino la antigua vivienda familiar estrenada en 1946, cuando formó el hogar con su primera esposa, Evelyn, y que luego compartió con Winnie, quien la habitó mientras él estuvo preso. Desde 1999, la humilde vivienda, convenientemente restaurada y acondicionada, ostenta la condición de monumento nacional.
(Cobertura informativa hasta 1/12/2009)