Los estudios sobre la esclavitud y la población de origen africano en el Perú, sin ser todavía demasiado numerosos, han tomado un gran impulso en las últimas dos décadas. Los aportes de antropólogos, historiadores, musicólogos y críticos literarios han modificado notablemente nuestra comprensión del aporte de los grupos afroperuanos, su compleja inserción dentro del proceso histórico nacional, el legado cultural y social de la esclavitud, y las formas en que dicha población ha sido representada en el imaginario colectivo peruano. Aunque todavía falta mucho por hacer, la cantidad y calidad de los trabajos producidos en la última década nos permiten tener una imagen mucho más rica y afinada respecto al lugar de la población negra en la sociedad peruana. Hace falta, sin duda, diseminar estos esfuerzos más allá del mundo académico, pero es evidente que hemos avanzado mucho en colocar en un lugar importante del debate intelectual y político el tema de la cultura y la historia de la población afroperuana.
Dentro de este esfuerzo multi-generacional e interdisciplinario, tenemos que resaltar los aportes de los críticos literarios, que en años recientes han buscado superar el silencio que ha existido por mucho tiempo —salvo las excepciones de rigor— en torno a la literatura que tiene por tema a la población afroperuana. Valiosos trabajos recientes de críticos como Milagros Carazas, Carlos García Miranda, Martha Ojeda, Daniel Mathews y otros, nos han permitido construir una imagen mucho más matizada del aporte de autores afroperuanos como Nicomedes Santa Cruz, Lucía Charún-Illescas, Gregorio Martínez o Antonio Gálvez Ronceros, cuyas obras permanecen todavía, lamentablemente, relativamente marginadas del canon literario nacional. Queda aún mucho más por estudiar en este ámbito, tanto en relación a autores afroperuanos como los anteriormente mencionados, como en relación a quienes, sin serlo, ofrecieron visiones e interpretaciones sobre la población afroperuana. Con excepción de algunas aproximaciones parciales a autores como Ricardo Palma, Enrique López Albújar o José Diez Canseco, existía un enorme vacío en el estudio de las representaciones de la población afroperuana en la literatura y el ensayo. Las máscaras de la representación. El sujeto esclavista y las rutas del racismo en el Perú (1775-1895) de Marcel Velázquez constituye un valioso aporte en el esfuerzo por llenar ese vacío. Su autor, uno de los más brillantes críticos literarios peruanos de las últimas generaciones, ha publicado varios ensayos sobre autores y temas diversos como los orígenes de la novela en el Perú, el vanguardismo, Mariátegui, Basadre, la generación del 50, y la narrativa del conflicto armado interno. Desde hace algún tiempo, él se ha venido interesando por el estudio de las representaciones de la esclavitud y de la población afroperuana en la literatura y el ensayo. Esa preocupación se ve culminada con la publicación de este importante y pionero libro sobre lo que él llama el «sujeto esclavista» en la cultura letrada decimonónica y sus vinculaciones con las ideologías y prácticas racistas.
¿Qué entiende el autor por «sujeto esclavista»? Según su propia definición, se trata de «un presupuesto conceptual cuya función es delimitar la mirada, la palabra y la sensibilidad del intérprete de la esclavitud y la cultura afroperuana». El sujeto esclavista viene a ser, entonces, aquel que describe, retrata y analiza la esclavitud y los esclavos desde una óptica que es, necesariamente, la de alguien que no pertenece al mundo de los esclavos o de la población afroperuana. El sujeto esclavista proyecta en su discurso una visión de un fenómeno social (la esclavitud) y una colectividad (la población esclava y afroperuana) que debe ser entendida como la mirada del Otro, de alguien que está situado en la otra orilla de la división social y cultural. El sujeto esclavista «aprehende» al esclavo, es decir, construye textualmente una imagen del esclavo y la esclavitud que responde a su propia sensibilidad como actor social y que refleja, no siempre inequívocamente, sus intereses políticos, culturales y de clase. Reconstruir esa sensibilidad (e, implícitamente, poner al desnudo esos intereses) a través del análisis del discurso producido por estos sujetos es la tarea que se propuso Marcel Velázquez en este ambicioso trabajo. El resultado es una aproximación densa, compleja y fascinante al universo mental, ideológico y político de aquellos que escribían sobre la esclavitud, los esclavos, y la comunidad afroperuana en general.
Uno de los méritos mayores del libro es su ambicioso esfuerzo interdisciplinario por aprehender no sólo los discursos sobre los afrodescendientes, sino también la «realidad» que les servía de referente. De ese modo, las imágenes emitidas por estos intérpretes de la esclavitud y los afroperuanos son entendidas, simultáneamente, como productos y productoras de las relaciones sociales entre ellos y el resto de la sociedad. Las virtudes de esta opción nos resultarán evidentes una vez que iniciamos la lectura de los capítulos del libro. Allí verá el lector desfilar autores, personajes y situaciones que, tomados en su totalidad, nos revelan un conjunto de imágenes sobre la población afroperuana y su experiencia histórica que ayudan a entender, de muchas maneras, los orígenes y la persistencia de estereotipos discriminatorios, los silencios que se han proyectado sobre la experiencia de los afroperuanos, y las dificultades que existen, incluso en el caso de personas bien intencionadas y «progresistas», para superar visiones que atribuyen a los peruanos de origen africano rasgos de inferioridad cultural que explicarían y justificarían su invisibilidad y marginación. Los textos que Velázquez analiza conllevan una importante dosis de poder para modular percepciones e interpretaciones sobre la esclavitud y los afroperuanos; al mismo tiempo, sin embargo, ellos no pueden ser explicados enteramente sin ser colocados en diálogo con otros discursos, pre-existentes o contemporáneos, que alimentan las imágenes, percepciones y estereotipos presentados en estos escritos, y con la «realidad» política, económica, social y cultural que los rodea. En otras palabras, el «sujeto esclavista» produce un discurso que no ocurre en un vacío histórico, cultural o representacional; al contrario, se nutre de experiencias, lecturas, imágenes, rumores, e incluso temores y pesadillas, pasados y presentes, «reales» e inventados. Por tanto, el análisis del discurso del sujeto esclavista nos permite, también, acercarnos a esas «cadenas de significación» (o, en términos de Raymond Williams, esa «estructura de sentimientos») que le dan forma y sentido.
Las máscaras de la representación nos ofrece la primera lectura sistemática de la producción literaria y ensayística sobre la esclavitud y la población afroperuana escrita entre fines del siglo XVIII y fines del siglo XIX. Desfilan por estas páginas ilustrados del Mercurio Peruano como Hipólito Unanue, personajes de la época de la independencia como Manuel Lorenzo de Vidaurre, los literatos de la república inicial como Felipe Pardo y Aliaga, testigos de la época del guano como Flora Tristán y Fernando Casós, los intelectuales del civilismo como José Antonio de Lavalle, Francisco Laso y Manuel Atanasio Fuentes, y los antagónicos intelectuales de la posguerra como Manuel González Prada y Ricardo Palma. ¿Qué tienen en común los integrantes de este variopinto grupo de escritores? Primero, y sobre todo, su ubicación externa, socialmente superior, respecto a la población afroperuana. Todos ellos pertenecían al mundo urbano letrado, con el cual compartían ciertos códigos culturales (sociales, raciales y de género) de los cuales difícilmente lograban desprenderse. Sus escritos reflejan la aceptación, casi sin cuestionamientos, de una serie de imágenes sobre la población afroperuana que, con diversos matices, se repiten a lo largo del período de estudio. De ese modo, los sujetos esclavistas «construyeron» discursivamente un objeto narrativo y analítico (la esclavitud y la colectividad afroperuana) cuyos contornos no necesariamente correspondían a la «realidad» sino más bien a la lectura (parcial, sesgada, prejuiciosa, interesada) que de ella hacían esos intérpretes de la esclavitud. Además, y esta es la hipótesis general de Velázquez, durante el período que él estudia se produce un tránsito hacia una nueva «gramática social» en la cual, si bien los sujetos esclavistas reproducen imágenes raciales coloniales ampliamente difundidas, las refunden en un nuevo paradigma que él identifica con la consolidación de un «discurso racista moderno». Una de las características centrales de este discurso, que cristaliza luego de la abolición de la esclavitud y la proclamación de la igualdad formal de los afroperuanos ante la ley, vendría a ser la radicalización de «la construcción cultural de la diferencia», que ahora ya no es solamente biológica o racial, sino también —y principalmente— social y cultural.
El lector hallará en las páginas de este denso libro un tratamiento detallado de los rasgos centrales y comunes que informan el discurso de los sujetos esclavistas. Los esclavos, y la población afroperuana en general, eran representados casi siempre como seres inferiores, a veces ni siquiera humanos, sensuales y poco inteligentes, estéticamente desagradables, carentes de individualidad y, con frecuencia, de razón, mentirosos, violentos, incapaces de vivir en libertad, ajenos por naturaleza a la política, y una serie de características adicionales que, casi siempre, eran lo opuesto a lo que esos mismos escritores presentaban como el ideal de «civilización» al que la nación peruana debía aspirar. Incluso aquellos que muestran simpatía por los sufrimientos de los esclavos y los afroperuanos, como fue el caso de Flora Tristán, Fernando Casós o Manuel González Prada, comparten muchos de estos estereotipos, como lo documenta ampliamente Marcel Velázquez. Los esclavos y los afroperuanos fueron construidos por estos sujetos esclavistas como una «alteridad radical», un otro que, en polémica afirmación de Marcel, resultaría incluso «más significativo» para la cultura criolla hegemónica que el indígena, el cual se habría hallado un poco más alejado, durante el período que cubre este libro, de los radares de los letrados urbanos que producían estos discursos.
Uno de los aportes más originales del trabajo de Marcel es el análisis de la complejidad del discurso esclavista cuando se le analiza desde la perspectiva de género, un camino que pocas veces ha sido transitado en los estudios sobre la representación de la esclavitud y la población afroperuana. Una vez instalados en este terreno, las simplificaciones dejan de tener sentido. Por un lado, al esclavo varón se le «feminiza», lo cual significa, dentro de la escala valorativa hegemónica, que se le percibe como inferior y pasivo; pero, por otro lado, se le presenta como rebelde, trasgresor y hasta innatamente criminal y peligroso. La aparente contradicción entre estas imágenes (que pueden ser leídas en paralelo a las imágenes del indio como un sujeto «manso» o como un ser «indómito» y «violento» que aparecen en los escritos de esa misma época) se resuelve cuando, como correctamente subraya Marcel Velázquez, «ambas percepciones antagónicas reforzaban la necesidad de control y legitimaban la subordinación». Por otro lado, esta investigación ofrece una novedosa lectura de las imágenes de la sexualidad de la población afroperuana, en las que intervienen fantasías y temores que se condensan en la idea, repetida por diversos autores, de que las relaciones eróticas entre el hombre «blanco» y la mujer afroperuana se pueden entender y hasta justificar, pero no así aquellas entre una mujer blanca y un hombre afroperuano: lo primero sugiere la continuidad de la posesión (por otros medios) de los esclavos y sus cuerpos; lo segundo, una violación imperdonable de los códigos hegemónicos. Los hijos de la primera relación pueden ser aceptados; los de la segunda, jamás. El autor concluye que, para estos intérpretes, «las mujeres son menos negras», es decir, más aceptadas (como objeto de deseo y posesión) al interior de la matriz de raza y género que guiaba el ideal criollo de convivencia inter-racial. Al mismo tiempo, las mujeres son menos negras porque, como han demostrado varios trabajos históricos, especialmente los de Christine Hünefeldt, las negras conquistaron para sí espacios mayores de negociación (sexual, familiar, económico y judicial) dentro del sistema que sus pares masculinos.
El telón de fondo de toda esa trama de imágenes e interpretaciones sobre la población afroperuana es sin duda el proyecto nacional criollo que la mayoría de los intérpretes estudiados en este libro compartía y reforzaba: un proyecto excluyente, europeísta, antidemocrático, autoritario, y homogenizador. Para Marcel Velázquez, de hecho, el sujeto esclavista «contribuyó a diseñar las formas verticales y autoritarias de la narración fundacional». Este proyecto adolecía de una fractura insuperable: buscaba (retóricamente) integrar a poblaciones (como la indígena y la afroperuana) que consideraba, por definición, indignas de pertenencia a dicha comunidad nacional. Estos autores no postulaban necesariamente el exterminio físico de aquellos grupos considerados inferiores, pero tampoco sugerían su inclusión como iguales en la comunidad nacional que imaginaban. Como sostiene Velázquez, dicho proyecto no logró expulsar, ni asimilar ni dominar completamente a la población afroperuana, con lo cual se prolongó (hasta nuestros días) la tensión implícita e irresuelta entre el modelo hegemónico —criollo— de «nación» peruana y la comunidad afroperuana. El nacionalismo cultural del siglo XX, especialmente en la segunda mitad, buscará infructuosamente superar esa fractura, incorporando ingredientes culturales afroperuanos dentro de la definición hegemónica de «peruanidad». Al limitar este esfuerzo, sin embargo, a una apropiación superficial y retórica y a ratos puramente instrumental de lo «negroide», dicho nacionalismo reproducía, en lugar de superar, la condición subalterna de la población y la cultura afroperuana.
Hace poco hemos conmemorado el sesquicentenario de la abolición de la esclavitud en el Perú. Una mirada retrospectiva a los cambios que se han producido en nuestra sociedad durante los ciento cincuenta años transcurridos desde el decreto de Ramón Castilla de diciembre de 1854 nos convence, sin embargo, de que ellos no han sido suficientes para cumplir con la promesa (retomando el término de Jorge Basadre) que la república peruana hizo a los antiguos esclavos y sus descendientes: la de aceptarlos como ciudadanos plenos con igualdad de derechos que los demás miembros de la nación peruana. Sin desconocer los avances logrados, queda aún mucho por hacer para desterrar la invisibilidad, la discriminación y la marginación que la población y la cultura afroperuanas han enfrentado y continúan enfrentando. En ese camino, necesitamos desmontar, como ha hecho Marcel Velázquez en este importante libro, las estructuras ideológicas y culturales que han contribuido a «construir» —política, cultural, e ideológicamente— la subalternidad de la población afroperuana. Es imposible dejar de advertir las continuidades entre las imágenes que nos ofrecen los autores aquí estudiados y las formas discursivas abiertamente racistas o solapadamente discriminatorias con que nos tropezamos casi cotidianamente. Algunos han tratado de contribuir a superar esta situación estudiando (y denunciando) los sistemas de dominación que han mantenido en condiciones de opresión a los grupos afroperuanos a lo largo de la historia. Otros lo han hecho resaltando el accionar de los propios esclavos y sus descendientes en la construcción de su propia historia. Marcel Velázquez nos ofrece en Las máscaras de la representación una vía alternativa: la deconstrucción de los discursos que sustentan esas visiones negativas y excluyentes de los afroperuanos como colectividad. Con ello, nos abre un horizonte fascinante para asediar, desde otros ángulos, el siempre complejo proceso de formación de la nación peruana y el lugar que ocupa, o debe ocupar, dentro de ella, la comunidad afroperuana.
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